RODOLFO AROTXARENA
Después de ser un niño notoriamente inquieto que terminó sus estudios indecisamente, pues cursó preparatorios de arquitectura y de derecho, Rodolfo Arotxarena es posible que nunca haya perdido un solo minuto de su tiempo. Pasional, lleno de ideas, trabajador casi compulsivo, nada lo detiene en los derroteros que se ha trazado y el cumplimiento de sus planes sabe de muchos éxitos y de aún muchas más realizaciones.
Nació en Montevideo el 7 de setiembre de 1958 y en 1976 comenzó a trabajar como dibujante caricaturista en el diario El País.
Rodolfo Arotxarena prefirió no seguir estudios académicos de dibujo y pintura que pudieran frenar o cambiar el rumbo de su impulso y de su intuición. Dibujó desde muy niño, observó y analizó siempre. Amigos personales y muy queridos fueron sus maestros, a la manera de guías espirituales, críticos, pares con quienes profundizar en meditaciones enriquecedoras. Sólo se ha confiado íntimamente a los grandes espíritus, entre quienes el agradecimiento cobra forma y memoria en seres de la talla de Jorge Centurión y Manuel Espínola Gómez. Y con el paso de los años, la inveterada costumbre de rodearse de amigos entrañables fue tal vez acotando su número, pero nunca la consecuencia o la intensidad de las relaciones.
Natural y gradualmente Arotxa, pues así firmó sus dibujos desde el inicio, fue evolucionando de la línea firme y limpia que podía recortar un contorno y crear varios elementos representando situaciones complejas, en composiciones donde la ironía y el humor campeaban paralelos con la distorsión de los rasgos que definía características de personalidad de los actores sociales y protagonistas de la noticia, hacia dibujos en los que en ciertas zonas la obstinación de la línea creaba densidades voluminosas, color que se multiplicaba en matices del blanco al negro, emoción que se trasmitía por el peso ejercido sobre el soporte al remarcar una y otra vez con la insistencia tozuda de quien pretende ir siempre a más en la expresión. Ejemplo de estos dibujos expresionistas son las comparsas que fueron presentadas con cuerda de tambores y proyecciones sobre las paredes del Cabildo de Montevideo, resonando alborozadas, al son de los ritmos que por las lonjas y desde cada dibujo, el lápiz de Arotxa enviaba hacia el espacio libre, para continuar la marcha. Así fue en febrero de 1994 y allí también había sido el grito de libertad dado en octubre de 1985, cuando con la presentación de su libro “In memoriam”, se enterraba un proceso político de dictadura, al recoger caricaturas que fueron publicadas, y otras que no pudieron serlo, durante el gobierno militar, todas ellas ilustradas con frases que fueron dichas por sus protagonistas, en alguna circunstancia de aquel tiempo gris y nublado por la falta de libertad y de esperanza. Un audiovisual proyectaba las caricaturas sobre las viejas paredes que siempre fueron testigos de la defensa de los derechos de las mayorías, mientras Arotxa con humildad reconocía: “Este libro no lo hice yo, lo hizo el proceso y yo lo fui recopilando día a día, interpretando lo que todos vivimos”.
Una de las primeras exposiciones de sus trabajos fue en la Alianza Uruguay Estados Unidos, en 1981, sorprendiendo al público y a la crítica capitalina al reproducir parecidos y atrapando al espectador con ellos para llevarlo a navegar, prendido de tan sutil anzuelo, hacia las aguas más profundas del mundo interior de los personajes, deshilvanando con humor la intrincada madeja de falsas imágenes y sentimientos confusos que rodean los hecho de la noticia hasta que las situaciones no se resuelven. El observador más fino podía caminar con Arotxa los caminos del alma, descubrir al hombre, ya que la noticia no es más que el relato de sus acciones y es por la acción, que, como el Fausto de Goethe, el hombre continúa salvándose de todo lo que atenta contra su integridad.
Dos años antes, en marzo de 1978, Arotxa había demostrado sus condiciones de retratista, cuando apenas tenía 19 años: era toda una promesa. Sus “Retratones” dejaron a la vista facetas sorprendentes del dibujante y de los dibujados, entre ellos, Aparicio Méndez, Charles Chaplin, Alberto Gallinal. Utilizó óleos y carbonilla, para dar por ejemplo, una enorme cabellera agitada que cubría el fondo y sobre la que pintó la adusta fisonomía de Beethoven; la bandera de Inglaterra se desangraba en rojos sobre el característico cigarro y una serena grandeza envolvía el rostro de Winston Churchill.
Ya entonces germinaban, tal vez, “Los Caudillos”, en la intención del artista. Fue aquella una muestra monumental de óleos y grafitos que Arotxa reveló a la ciudad de Montevideo el 3 de mayo de 2002, en el Edificio Constitución, sobre la Plaza de la Matriz. Una muestra que había sido inaugurada en la antigua catedral de la ciudad de Paysandú, reformada por el Ing. Eladio Dieste, en un acto que constituyó el encuentro del caudillaje recreado con una iglesia colmada de amigos del artista, enmudecidos por la emoción al recorrer sobre los muros acogedores del ladrillo, los rostros marcados y remarcados por líneas simbólicas de elección y sufrimientos, apenas sugeridos en sus facciones que surgían de fondos trabajados con incontables capas de color, las que, simulando las trampas de la memoria, permitían advertir, tal vez imaginar, sin duda soñar, cuál había sido el alma de los caudillos, forjadores de la patria en una lucha permanente que parecía ser su destino natural.
Todas las etapas del artista son trascendentes y en cada tiempo parece prepararse la cosecha futura. Es posible así recordar el del dibujante de diecinueve años que trabaja en el diario El País y no descansa preparando exposiciones que se recuerdan hacia el pasado, recuperando las más importantes: comparsas bailando candombes, comparsas que se van, en las que Arotxa parece haberse integrado, dibujando desde el mismo interior de los grupos con sus espaldas cargadas de música y tambores; comparsas que se vieron en mayo-junio de 1995, en la Galería del Notariado; Arotxa viajó y llevó a la ciudad de Budapest “Lo que el viento se llevó y lo que trajo”, retratos de todos los tiranos del mundo (1992); dedicó a un solo personaje, el Dr. Jorge Batlle la muestra que pudo verse en el espacio de entrada al Teatro del Centro del diario El País, cuando allí funcionaba el Museo de Arte Contemporáneo (1991); los dibujos colgados en el café Sorocabana de la Plaza de Cagancha (1987), los que fueron recibidos en el Instituto Histórico Cultural y Museo Departamental de San José (1984), aquella instancia vivida en la Sala Vaz Ferreira de la Biblioteca Nacional donde invita a los caricaturizados a enfrentarse con su creación presentada bajo el título “Dígamelo en la cara”(1983)
Larga es la lista, entrañables los recuerdos.
Rodolfo Arotxarena viajó a Alemania y los Estados Unidos; expuso en Praga y en Nueva York; entabló relaciones profesionales con otros caricaturistas y desde 1983 es miembro de la Cartoonial and writers Sindicate de New York. Elisa Roubaud
Bibliografía: Libro La Puerta de San Juan de Gustavo Alamón.
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