sábado, 6 de marzo de 2021

GUISCARDO AMENDOLA

 

GUISCARDO AMENDOLA

Recorriendo la exposición retrospectiva de Guiscardo Améndola en el Cabildo de Montevideo, me fue dado comentarla con la nieta del pintor, Liliana Améndola Viera, poetisa autora de la obra “Eclosión de Almendras”, Ediciones Caracol al Galope, marzo de 2003. Un doble encuentro para mí, tan inesperado como revelador, de talentos uruguayos a los que suele llegar tarde el reconocimiento y hasta el conocimiento. En tal sentido las reflexiones de Jorge Abbondanza en el prólogo del catálogo de esta muestra no tienen desperdicio. Por otra parte, la crítica Olga Larnaudie permite seguir un riguroso itinerario por la vida y obra del artista; valoración que se completa con la “Cronología” que le sigue, todo ello insertando al pintor-obrero-cocinero que fue Améndola, en la historia de las artes plásticas uruguayas, a partir de 1947, cuando hace su primera exposición en Amigos del Arte. Otra lectura imprescindible para conseguir una idea acabada no solamente de la personalidad y el quehacer cumplido por Guiscardo Améndola, sino para apreciar con total claridad por qué surge en Uruguay un pintor de tales características. Porque así como los empastes y las transparencias se organizan sobre el soporte respondiendo a etapas de su trayectoria personal, en la misma influyen las corrientes internacionales importadas y el grado de aceptación y de rechazo que éstas tuvieron en su momento en la crítica especializada de nuestro país. No faltan en el catálogo las palabras de su amigo entrañable, Manolo Espínola Gómez, de las que se puede rescatar una frase muy sabrosa: “...Le he visto en ámbitos cubiertos y en espaciosidades ilimitadas. Por todas partes y en ocasiones diferentes este amigo mío “usa” siempre el MISMO-GORDO”. Reflexión que da nombre a la exposición del Cabildo: “el MISMO-GORDO, Homenaje al hombre de raíz tierna y al Obrero”.

La referencia a Alfredo Testoni, íntimo amigo de Améndola, se ilustra con una secuencia de fotografías que siguen el caminar del artista, mientras fuma un cigarrillo. Realmente, un imperdible.

Trabajando el negro sobre el negro, casi monocromos, con algo de gris y de pardo. Otros con algunos toques de rojo más matéricos; una gestualidad que lo acerca al Informalismo. La exposición incluye recortes de diario, cuando nació la idea de crear escenografías para los tablados; las fotografías que muestran a Améndola trabajando para el mural que realizó en el edificio Beverley Hills (calle Buxareo 1629), obra que lleva a recordar su mural en El Mejillón de Punta del Este en 1951, integrando mosaicos y piedras semi-preciosas.

Es maravillosa la luz onírica, casi metafísica que consigue utilizando apenas negros y grises, algún pardo, por ejemplo en un óleo sobre durabor titulado “Educcción”, de 120 por 86 centímetros, en 1959, Premio Cámara de Senadores en el XXIII Salón Nacional, Medalla de Bronce, obra que pertenece al acervo del Palacio Legislativo.

Como parte de una enorme calesita se levanta el caballo en colores “Pintura 10 (Caballo), 1965, esmalte, 173 por 89 centímetros, que fue premiado en el II Salón de Pintura Moderna del Instituto General Electric, obra que pertenece a la familia Améndola Verdié. Esta obra es una proeza de color, de frescura, de ritmo y movimiento sugerido; resulta increíble que haya sido hecho por la misma persona que trabajaba los negros y los grises, con igual espontaneidad, profundidad, entrega al color, a la materia trabajada y al plano que es el soporte.

“Zona prohibida”, 1966, óleo, 108 por 121 centímetros, es una obra destacada de esta muestra que pertenece al acervo del Museo Nacional de Artes Visuales; no es ya el tablado sino la ciudad, sin perspectiva; es la sensación de la vida ciudadana expresando con la audacia del color la relación del hombre con el entorno; la vida parece esconderse detrás de cada pincelada, la figura humana, casi ausente, está sin embargo integrada aún en las representaciones de construcciones que desfiguran su contorno, a falta de un rigor de dibujo, siguiendo un aparente descuido de las formas que no era tal, sino el desborde de la capacidad de comunicación, de una emotividad que franqueaba todos los límites.

Desdibujado, atrapado ha quedado el hombre en esta obra expresionista y conceptual de Guiscardo Améndola.

La Pintura No. 11, esmalte sobre durabor, 183 x 122 centímetros, 1965, Premio del II Salón de Pintura Moderna del Instituto General Electric, de la colección de Julio María Sanguinetti, es la magnífica representación del gesto que protege la vivienda, es la grúa que levanta una casa, como una mano constructora que demuestra su poder de preservación, con el poder del color y de la forma, admirablemente bien manejados por el artista.

La fineza de color está en una obra de menor tamaño, sin título, óleo sobre tela de 73 por 60 centímetros, pintada en 1963. Sobre un fondo azul claro, con una entonación encomiable de color, el artista crea formas que al contemplador le evocan otras formas, pero es sobre todo la plasticidad de esa creación lo que atrae con el rigor, la contundencia, el uso de las veladuras, la expresión de una poética que parece ser característica fundamental de Améndola.

Las témperas sobre cartón le permitieron a Améndola conseguir calidades aún más finas, crear una atmósfera transparente no exenta de densidad, con toques de rojo siempre sobre fondos de negros y grises. Mantiene el artista la fineza que tiene para transmitir la trascendencia del ser humano en el medio, atravesando la materia e instalándose en el soporte con pinceladas que, casi sin tocarlo, van dejando la imprenta del color.

Esta exposición permanecerá hasta el próximo 28 de marzo y es una cita ineludible con el artista, para recuperar su memoria, para recorrer con sus obras un itinerario que honra la historia de la pintura nacional, y así, en este camino, enmendar tantos años de olvido. Los valores nacionales, en todos los órdenes, debemos rescatarlos para las generaciones más jóvenes que los pueden conocer aunque su tiempo sea otro, porque también este tiempo los está confirmando. E.R.

 

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