sábado, 6 de marzo de 2021

SOLARI LUIS A.

 

SOLARI LUIS A.

 

Prefiero recordar a Luis Solari cuando lo entrevisté el 24 de agosto de 1977, con motivo de su exposición en Club de Arte, la Galería de Spyer en la calle Ituzaingó 1324, cuando allí trabajaba Pablo Marks. Era joven. Solari había nacido en Fray Bentos, el 17 de octubre de 1918. Su familia se trasladó a Montevideo cuando Luis tenìa siete años y pasaron a vivir en el Buceo, esquina de Marco Aurelio y Mentana. Entre otros tablados que en Carnaval animaban el barrio, el de Solferino y Comercio había de marcar su memoria y en la exposición de Club de Arte se podían ver “Los Cabezudos”.

La fábula, los sueños, el terror, la fresca ingenuidad que remite a la tierra mojada de jugos y raíces naturales, con los que parece haber sido pintado este mundo inventado por el artista. ¿Cómo lo explica el maestro?

“Lo original –dijo Solari aquel día- es aceptar que el hombre es un hombre pero que se comporta como tal o cual animal; que tiene tal o cual características, más o menos agresivo, más o menos ladino; y entonces le pongo el “cabezudo”. Debajo del cabezudo puedo estar yo o cualquier otra persona. Y lo pongo muy feliz y sonriente, está contento, vive bien, trabaja su dinero. Pero si aceptó formar parte del mundo y hacer cosas, no tiene derecho a estar tan tranquilo con su “cabezudo”.

Siempre dibujó en la casa de su padre carpintero, ayudándolo con su habilidad artesanal. Solari tenía una voz baja y agradable. Lentamente fue contando la historia de su romántico origen. Cómo las tribus de indios pacíficos, chanás, guanás, tapes, minuanos, poblaron el interior del Uruguay y de ellos quedan muchos descendientes, entre quienes estaban sus abuelos maternos, oriundos de Cuchilla Navarro, en Río Negro.

-A este noble origen habrá que remontarse también para poder explicar la mezcla de lo religioso con la superstición, de la vida con la muerte, la realidad con la fábula, el color con el terror, que se desprende de cada escena de su pintura...

-Yo soy el resultado de un montón de cosas, de intuición pura, de lo que Dios me dio.

-¿Cuándo empezó a pintar los “cabezudos”?

-En el 48, cuando hice “El Carnaval de la vida”. Me gustaba leer novelas policiales... Intenté hacer historietas de humor, pero sin éxito en este género. Había leído algo sobre la Edad Media que fue para mi una preocupación: que los pintores eran ministros del Verbo, que mostraban los misterios de la religión. Cuando se decía que la pintura no tenía nada que ver con la literatura, yo me decidí a empezar a hacer una pintura con contexto literario y con connotaciones morales. Quería ser ministro del nuevo Verbo, con un lenguaje contemporáneo. Pero lo que importa de eso es que yo acepté entonces como punto de partida un texto literario. Primero la idea y después la imagen que la represente.

A la fábula, recién le presté atención cuando me comprometí con el Taller de Pascual Fort de Barcelona para hacer grabados que ilustren veinte fábulas de Esopo. Se harán con esta serie 100 ejemplares en español y 50 en inglés.

Solari se casó en el año 1944, cuando tenía 25 años, con Nora d’Agosto, su compañera de todos los viajes, de recorridas por los museos del mundo, dueña de una memoria prodigiosa que la convertía en el fichero de datos y fechas que lo sacaba de apuros en todo momento. Tuvieron dos hijas, Nora Cristina y Silvia Raquel. En familia, se hablaba de pintura, se vivía para ella y por ella.

-¿Cree usted que se pueda hablar de una crisis general del arte?

-Se puede llegar a ese convencimiento, porque después que los movimientos modernos se hacen académicos y pierden vigencia y se desvitalizan, hay un período de crisis hasta que maduran obras, hasta que surja uno tan importante como el anterior. Hay una búsqueda en la que se paga tributo a la falta de madurez. Sí, hay un alto porcentaje de búsqueda desesperada en las generaciones jóvenes, un poco impacientes en su trabajo por encontrar caminos que justifiquen su hacer y su vida.

 

Dos meses antes, Solari había expuesto, en junio de 1977, en la Genesis Gallery de New York, junto con los sudamericanos Mele (Argentina), Nemesio Antúnez (Chile) y Ayoroa (Cuba).

-¿Se puede hablar de arte sudamericano en general?

-Si se selecciona, se encuentra un alto nivel que siempre lo hubo. Había nombres como Torres García, Figari, Portinari, Segal. Pero finalmente se ha llegado a percibir lo que el sudamericano aporta de inédito a la obra de arte en cuanto a la forma de pintar. Nosotros sentimos la pintura de una manera más intensa porque nos tomamos el tiempo preciso para profesionalizarnos y llegar a ser un clásico. En los países muy desarrollados ya se nace con mucha técnica y con una idea muy clara del camino que se ha de tomar, de manera que 5 años bastan para llegar a ser un académico. Hay artistas extranjeros que se levantan y caen con mucha rapidez. También en la medida en que uno se profesionaliza pierde en valores sensibles, hay otro control del subconsciente, un predominio del intelecto, la preocupación de la técnica, cualidad exigida: hay que pintar bien para tener un buen mercado.

 

Solari habla franca, pausada y fácilmente. Paso a paso ha trabajado su éxito. Domina su oficio. Sus grabados y pinturas están en los principales museos del mundo: Metropolitan y Museo de Arte Moderno de New York; Smithsonian y Library of Congress de Washington; Cincinatti en Ohio; San Francisco; Brooklyn Museum, principal centro de arte precolombino de enseñanza de artes plásticas y derivados, tales como dibujo industrial y para teatro.

-Para usted, ¿es importante tener una buena técnica?

-Algunos movimientos modernos y maestros contemporáneos fueron aficionados técnicamente, pero no así los clásicos del pasado. Una de las características de los sudamericanos es la preocupación mayor por el encuentro de la idea que por la técnica. El público culto se sentirá atraído por una obra que además de ser una buena pintura esté bien pintada. A mí me apasiona ver la buena técnica!.. E.R.

 

(El original de esta entrevista fue publicado en Mundocolor el 24 de agosto de 1977)

 

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