ERNESTO AROZTEGUI
Seguramente que cuando impartía lecciones entregando a sus alumnos las técnicas tradicionales del tapiz, Enrique Aroztegui no podía aquilatar la proyección que su magisterio habría de tener en el arte nacional. Desde la eternidad se sorprenderá complacido al contemplar las obras de Magali Sánchez y Jorge Sosa, ganadores del Premio Figari 2004, colgadas en el local adquirido por el Banco Central del Uruguay, estrenado con esta muestra (diciembre 2004). Reciclada, la antigua residencia de la familia Raffo albergará las obras que el Banco Central adquiere en contrapartida al otorgamiento anual del Premio Figari, instituido en el mes de junio de 1995, valorando a destacados artistas en diferentes disciplinas.
Tanto Jorge Sosa como Magali Sánchez heredaron del Maestro la capacidad para tejer enormes murales dedicados al retrato de celebridades, tales Pedro Figari, Manuel Espínola Gómez, el propio Aroztegui, Juan Manuel Blanes y Carlota Ferreira en el caso de Sosa; y el más depurado oficio del punto para dibujar sombras y matices en pequeño formato, habilidad que también consigue llevar a la gran dimensión y con motivos abstractos, Magali Sánchez. Son ejemplos que treinta años después transportan al recuerdo de Aroztegui en su taller, permiten volver a mirar con la memoria su célebre versión de Adelan Reta. Es también una instancia que recuerda la exposición-homenaje a Ernesto Aroztegui que la Intendencia de Montevideo inauguró en el Subte Municipal el 4 de agosto de 1995. Los artistas se lucieron presentando gran variedad de técnicas alejadas del tapiz tradicional, y que sin embargo fueron elegidas para recordar la personalidad, el oficio, la escuela de Aroztegui. En aquella oportunidad, los módulos de algodón, las fotocopias, los cordeles, la pintura directa sobre el tejido, la búsqueda del volumen y la fantasía para relacionar técnicas simples y materiales poco modificados, fueron rasgos que el contemplador aquilataba sorprendido.
Rasgos que remitían por contraste al rigor del Maestro Aroztegui en tejidos que respondían a la técnica tradicional que el diccionario Larousse define de la siguiente manera: “...un tejido en el que la trama hecha de hilos de lana, seda u otros, se enlaza hasta esconder los hilos del soporte y formar sólo los motivos que se quiere ejecutar. La tapicería se hace a mano con la técnica del alto liso (Gobelinos) o del bajo liso (Abusson, Beauvais), según la trama esté hecha de hilos verticales u horizontales; el tejedor, que siempre opera sobre la parte posterior del tejido, verifica más fácilmente su trabajo en el alto liso”.
Los trozos más antiguos de tejido, distribuidos actualmente en varios museos del mundo, fueron producidos en Occidente hacia el Siglo XI; provienen de la iglesia de San Jerónimo en Colonia y tienen motivos de animales, encerrados en medallones de inspiración románica. Arras, en Francia, fue uno de los centros de mayor producción de este tipo de tejido (en lana, seda, lino) sobre una urdimbre de lino o fibras, que se cubre enteramente haciendo pasar en ambos sentidos, horizontalmente a la trama. En los Países Bajos y hacia el sur, durante la Alta Edad Media, se tejían tapices en los talleres de los monjes. La época de expansión del tapiz fue en la etapa gótica en Francia, Flandes y Alemania, donde se producían importantes series de tapices que se usaban en iglesias, palacios o grandes residencias, tanto para decorar las paredes de los castillos, como para dividir los gélidos y enormes ambientes. Pero hacia la segunda mitad del siglo XIV, año 1375, se hizo en un taller parisiense y laico, una de las obras más antiguas que se conocen y que hoy se conserva en el Museo de Angers, “Apocalipsis de San Juan”. Fue tejido por Luigi d’Angio, sobre diseño de Hennequin, de Brujas; señala el inicio de la cooperación entre pintores y tapicistas, que habría de mantenerse a lo largo de la historia del tapiz, asegurándole un nivel constante de calidad. Se tejía sobre cartones creados por artistas plásticos.
En el Siglo XVI, el Renacimiento Italiano revolucionó el tapiz al subordinar la originalidad estética de la tapicería (representada hasta entonces por las “verdures” y “millefleurs” de origen francés), a la fidelidad a un diseño haciendo aparecer la figura humana y los matices de colores. Por la multiplicación de los puntos se conseguía copiar exactamente las obras maestras de los pintores. En esta línea trabajó Aroztegui y tales sutilezas supo enseñar en el Uruguay, país rico en lanas, donde la juventud que había obtenido un buen nivel cultural en la educación oficial básica, se disponía a progresar por el camino de la técnica aplicada al arte.
El final del siglo XIX ya había sido testigo de una renovación en los tradicionales Gobelinos. Después de la Segunda Guerra Mundial los pedidos de diseño hechos al pintor Raoul Dufy (1877-1953), al pintor Marcel Gromaire (1892-1971), contribuyeron a una renovación del arte de la tapicería. Pero quien más trabajó en la elaboración de cartones para tejidos fue el pintor Jean Lurçat (1892-1966), ya que a partir de 1938 se dedicó exclusivamente a la producción de tapicerías, ideando una técnica simplificada para reproducir motivos líricos, densos de color y compuestos con formas estilizadas, en los talleres de Aubsson. En Angers se conserva su “Canto del Mundo”, realizado entre 1957 y 1966.
Con nuevas técnicas resurge la tapicería al retomar el hilo de los “objetos textiles”, aparecidos en Europa del Este en la década del 60, creados y realizados por un único artista, desprendiéndose de la costumbre anterior que consistía en que un pintor diseñara lo que los tejedores cumplían en el alto o bajo liso. El carácter de “instalación” dominó en la exposición-homenaje a Aroztegui de agosto de 1995. El Maestro había dejado abierta la puerta para que dueños del oficio los discípulos actualizaran el acto de cubrir un espacio con una figuración determinada y pudieran hacerlo también en tres dimensiones. Se descubrían en estas novedades elementos que estaban presentes en los primeros tejidos medioevales (“La Dame à la Licorne, Museo Cluny, París); en la fábrica de muebles y tapicerías de los Gobelins, fundada en 1662; en la fábrica de Beauvais, dirigida por J.B. Oudry, época en que la tapicería degeneraba por copiar los modelos de pintores academicistas y precisamente cuando surgía la orfebrería francesa para imponerse en toda Europa. De manera que joyas y tapices, al igual que los muebles, han coincidido en la historia de lo que cubre y adorna dentro de los espacios de una vivienda, incluyendo a quienes la habitan.
Entramados, puntos, lanzadas, configuran dibujo, color, matices. Los contemporáneos suman técnicas que dan volumen y la tecnología permite crear la ilusión de la corporeidad de la imagen, posibilitando que aparezcan ante el espectador lugares y personajes que, siendo virtuales, resultan perfectamente visibles. Nuevas y actuales modalidades de representación del “objeto textil”, aplicables tanto a los tejidos que cubren los muros, como a las alhajas, los módulos, o el suelo, responden a las exigencias de la modernidad de fines del siglo XX y principios del XXI. Se conciben o no sobre cartones de pintores; generalmente son obras que responden a la inspiración artística del artesano que las crea, las teje y las maneja. Elisa Roubaud.
Bibliografía: Libro La Puerta de San Juan de Gustavo Alamón.
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