sábado, 6 de marzo de 2021

CABEZUDO FERNANDO




 

FERNANDO CABEZUDO

 

Principiaba la década de los ochenta cuando visité a Fernando Cabezudo en la ciudad de Mercedes, donde el artista reside desde los seis años. Nacido en Montevideo en 1927, fue alumno de dibujo del Profesor Luis Scolpini; a su vez Cabezudo fue profesor de dibujo en la Enseñanza Secundaria desde el año 1958 hasta 1976. Por aquellos días una exposición de 30 obras en la Alianza Uruguay-Estados Unidos fue el motivo de la visita al taller, escuchando el relato de sus lecturas, su deleite en la contemplación de las tardes en el río y los amaneceres en el Béquelo, la paz de la anacahuita del jardín, el silencio de las voces en compañía del color.

“Qué es un cuadro y qué no es  -se pregunta Cabezudo al tiempo que cita a Rubén Darío: “Yo escribo mis versos con cosas de todos los días y con algo que en lo misterioso vi”-.No es sólo la lucha por una solución de dificultades, sino algo más. Ese algo más a mi me sirvió mucho. Picasso reunió todo el conocimiento en maravillosa síntesis, así como cuentan de aquel japonés que declaró que cuando tuviera 90 años pintaría flores; a los 100 tal vez pintaría juncos que se movieran y a los 200 a lo mejor haría un punto y tendría vida”.

Frente a la creación del hombre, Fernando Cabezudo se pregunta “¿Angel caído o mono erguido?” y, respondiendo puntualmente a la exposición enviada a la Alianza, dice: “Soy un formalista, pero es otra cosa lo que uno quiere hacer. No es la casa, no es el rancho, no es el cielo. El objetivo consciente es algo que está detrás, más allá de la cosa de todos los días; uno al pintar aprende a ver las cosas en otra dimensión. De afuera, se pierde la objetividad. Hay que ver de más alto y de más hondo”.

Así mira Cabezudo la vida que fluye y se detiene, más rápida que sus pinceles, intemporal, en el alma de personajes y paisajes que son el pretexto visible para hacer tangible la realidad oculta de su mundo interior.

Presente con su obra en Galería Calle Entera (1986), obtuvo Cabezudo el Premio Especial INCA en 1987 y la Mención Premio Van Gogh; en 1989 mereció el Premio NMB Bank de Pintura. La contemplación de las obras de este período es la puerta de entrada hacia un diálogo eternamente abierto frente a los misterios metafísicos. El pintor entona su paleta en los grises verdosos que mejor condensan la nube protectora que envuelve su sensibilidad, gracias a una sordera que sufre desde hace mucho tiempo. Esa paleta asordinada es el signo de la distancia que Cabezudo puede tomar con el mundo de las circunstancias y es el color de la poesía que el pintor encuentra en la materia, en el paisaje y en sus propios sueños o temores.

La muerte ha estado presente en el mundo de Cabezudo desde la década del 70. Su figura avanzaba, su contorno se plasmaba claramente, a medida que las figuras humanas eran destruidas, aminoradas por el tiempo, aliado de las Parcas. Cabezudo reiteraba entonces la pintura de ancianas, cercanas al fin; o tal vez pintaba ya ese fin, en la forma de una anciana. Temida ancianidad, triste espectáculo de minusvalía que agigantaba la imagen tenebrosa, borrosa como el borrador de la vida, nublada como las lágrimas todavía no derramadas de un dolor cierto y silencioso. Con ella se había encontrado tal vez Cabezudo en el silencio que se instalaba con él, dondequiera que fuera.

Este retiro permanente y persistente a pesar de todos los ruidos ha hecho de Cabezudo un pintor aún más sutil, porque el silencio envuelve sus colores para arrancar notas inesperadas, hondas, espesas de tonos que responden a veladuras, insistencias, reiteraciones. Trabajos que envuelven al artista y lo protegen del aislamiento.

Los ojos de Cabezudo miran el río y el denso verde en las riberas de la ciudad de Mercedes o de Río Negro contiene en sus cuadros la poesía condensada que el artista extrae de la vida, de su secreta asociación con la muerte, porque conoce su secreto y entonces ya no teme.

Cabezudo pinta probablemente con espátula. Pero las zonas bien definidas de color, con esa línea firme, sobre más color, interrumpida por otras que crean el enrejado que envuelve, como el silencio, como el temor, como la prisión por la ignorancia, esas líneas se detienen o rascan el fondo y dejan aparecer lo más vulnerable, las zonas que sufren cuando se descubren. El pintor no teme rasgar hondo. Lo hace consigo mismo, con su pintura y con quien la mira y dialoga con él, siempre en ese silencio, que el respeto agiganta.

“Paisajes del Río Negro” fue una serie presentada en Galería Calle Entera en octubre de 1990. Menos dramática, la muestra permitió el diálogo con un Cabezudo igualmente intenso en la cuerda que toca para expresar plásticamente su emoción, ya sea como consecuencia de meditaciones filosóficas o como una traducción del color, la exuberancia y la calma de las orilla del río. Más o menos abstractos, todos sus cuadros destilan esa poesía tan sutil y característica del artista; por el tamiz de su sensibilidad pasan las líneas de la realidad y por su paleta se van produciendo las veladuras, las luces mágicas, las notas de color suspendidas que recuperan un sentimiento y lo entregan como por ondas de ritmos y colores. Elisa Roubaud

Bibliografía: Libro La Puerta de San Juan de Gustavo Alamón.

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