miércoles, 10 de julio de 2019

Alpuy Julio


JULIO URUGUAY ALPUY
En agosto de 1999, el invierno recibió el calor de la visita anual de Julio U. Alpuy esta vez acompañada de dos exposiciones retrospectivas de los últimos cincuenta años, mostrando etapas y técnicas de su producción artística, en el Subte Municipal y en el Museo Torres García, simultáneamente.
“Dibujar es pensar” para Julio U. Alpuy y este hilo de reflexiones pudo recogerse con naturalidad recorriendo los trazos sueltos e inspirados sobre papel, pintados con acuarelas, témperas, pasteles, tintas; en muchos casos fueron hojas de cuadernos recuperados y enmarcados, todo ello sobre la ciudad de Montevideo e instalado en el Museo Torres García.
Tiene Alpuy una libre relación con la realidad; es  lo que expresa en estos trabajos que se distinguen de otros en los que sus ideas, su mundo interior, han sido plasmados con mayor trabajo artesanal. Esta complicación de la técnica impone mayor detenimiento y de tales procesos surgen esculturas, vitrales, cerámicas, ejemplos que en aquel invierno se pudieron ver en el Subte de la Plaza Fabini. Los vitrales remiten al origen de la historia de mujeres y hombres, recuerdan raíces que se entierran en campos y ciudades, formando identidades. El dibujo y el color redescubren el carácter. Construcciones regidas por la medida áurea simplifican y aclaran conceptos que, la multiplicidad de opciones o de incitaciones del medio, puede haber convertido en confusas señales de la vida diaria. Porque a partir de 1961, cuando recibió una beca de la New School of Social Research, Alpuy se instaló en forma permanente en la ciudad de Nueva York. Fue conquistado por su ritmo, sus colores, su gente, los envases, las infinitas posibilidades que ofrecen las salas de espectáculos, las galerías de arte, los museos. Encargó a Walter Deliotti su taller de la calle Asunción en Montevideo, a media cuadra de la Avenida Agraciada y una vez más emprendió la aventura de vivir en otra tierra, tal como había sido antes en Bogotá (1957-1958); en Caracas (1959), siguiendo el itinerario marcado por viajes con su obra, becas, períodos de estudio e investigación.
Sin embargo, cartas, llamadas por teléfono y visitas, siempre han mantenido el contacto directo de Julio U. Alpuy con su familia, amigos y alumnos de Montevideo. Y cada vez que viene los recibe para mirar y dar opinión sobre sus trabajos, fiel a la designación del Maestro Torres García con quien se encontró en 1942 y quien le confió la enseñanza de los nuevos alumnos del Taller.
Vale la pena recordar la visita de mayo de 1979 y la conversación mantenida con el artista en una antigua casona de patios y claraboyas por las calles Magallanes, Durazno e Isla de Flores, en el corazón del barrio Sur. Contó Alpuy ese día que venía de otros sures, ya que el SOHO donde vive en Nueva York es el “South of Houston Street”, viejo barrio industrial de enormes fachadas cubiertas de ventanas, en edificios de hierro fundido construidos a mediados del siglo XIX, tomando ejemplo de los frentes romanos, conservados hasta el presente como reliquias, vendidos en cooperativas a los artistas y más adelante codiciados por el esnobismo de los nuevos capitales que sustituyen aquellas antiguas primeras industrias, industrias que los impuestos alejaron a la periferia, industrias que cedieron su lugar a las más importantes galerías de arte de Madison, a los restaurantes y tiendas más caros y elegantes. Lo que fue un barrio bohemio evolucionó hacia un barrio de luja donde el metro cuadrado de alquiler costaba, en 1979 fecha de esta conversación, 400 dólares. Alpuy continúa viviendo y pintando allí.
Aquel día dijo: “A mí me interesa cambiar y ver cosas nuevas, eso ayuda. Una ciudad como Nueva York, donde todo lo que pasa por el mundo pasa por ahí, es apasionanate para una persona inquieta. Claro que no tiene la serenidad que uno quiere tanto, sobre todo a cierta altura de la vida y entonces Montevideo se convierte en un paraíso...”
Desde 1972, Alpuy trabajó en Nueva York en escultura de caballete, lo que le permitió tallar figuras dándoles movimiento, sin que perdieran contacto con la realidad. “Cuando hacía maderas –comentó a propósito de un catálogo que mostraba estas obras- me sentía feliz logrando el resultado que buscaba, pero básicamente yo soy pintor. Necesito superficie para poner una cantidad de ambientes y de climas que en la madera no se pueden dar”.
Alpuy siempre ha mantenido la composición, el orden, el equilibrio casi perfecto de estructuras aprendido en el Taller Torres García y hondo ha quedado en su espíritu el recuerdo de aquel tiempo de aprendizaje con los primeros alumnos: Fonseca, Matto, Gurvich, Augusto, Horacio, Deliotti, Pailós; a partir de 1969 y en Nueva York, Gurvich y Horacio Torres fueron sus interlocutores: “Fue para nunca olvidarse, lo poco que fue; no cabe en la cabeza que ya no estén...”
La soledad interior, en una ciudad abierta y cosmopolita como Nueva York, no se advierte de entrada. Es ante el silencio (“los artistas no comentan nada allá”), que Alpuy se vuelca a su propio interior en busca de una concentración que lo fortalece y le permite descubrir los valores humanos puros esenciales, rescatándolos del envoltorio de una sociedad de consumo insensible a ellos por el ineludible ajetreo cotidiano. Y surge así una nueva pintura, teñida con la luz de los sueños del pintor. Una pintura que con figuras aparentemente de madera, abstrae lo primordial, lo primitivo, lo despoja de toda circunstancia, buscando su universalización.
“Estoy seguro de que uno tiene algo interior que debe manifestar y dar de alguna manera”, dice Alpuy.
¿Qué respuesta tiene su obra en los Estados Unidos?
“En todos lados uno tiene público –dijo el artista- especialmente en Estados Unidos. La respuesta es buena, son muy receptivos a la pintura que yo hago, gusta mucho”.
¿Hacia dónde va el arte norteamericano?
“No digo que no haya gente de talento –respondió- pero yo no estoy interesado en todo ese arte que en general se está haciendo actualmente (1979). El movimiento para mí no va a ningún lado. No se puede hablar de obras porque la diversidad es infinita. Más bien es un movimiento contra todo lo que hubo de noble en el arte. Es un no-arte. Es un arte sin concentración que está dejado a la casualidad. Es un arte que si algo tiene de intelectual se refiere más a una idea que al cuadro en sí. Es como si fuera más un acto que un cuadro”.
¿Dónde está el arte actual?
“El arte perdió identidad. Cuando hablan de arte latinoamericano o de arte uruguayo hoy día ya no tiene sentido, aunque hay artistas que pueden tener un sentido regional, pero no son los que siguen las corrientes de este momento. El arte se volvió técnica pura y el arte no es esto, sino que alberga toda clase de sentimientos que tienen que ver con el hombre en todas sus circunstancias”.
Una vez más, la visita a la vieja casa-taller de Julio U. Alpuy devolvió a la cronista que lo visitó al sentimiento de que poesía y misterio son desde las cavernas el hilo conductor de las obras que perduran. Elisa Roubaud

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