JULIO URUGUAY ALPUY
En agosto de 1999, el invierno recibió el calor de la visita
anual de Julio U. Alpuy esta vez acompañada de dos exposiciones retrospectivas
de los últimos cincuenta años, mostrando etapas y técnicas de su producción
artística, en el Subte Municipal y en el Museo Torres García, simultáneamente.
“Dibujar es pensar” para Julio U. Alpuy y este hilo de
reflexiones pudo recogerse con naturalidad recorriendo los trazos sueltos e
inspirados sobre papel, pintados con acuarelas, témperas, pasteles, tintas; en
muchos casos fueron hojas de cuadernos recuperados y enmarcados, todo ello
sobre la ciudad de Montevideo e instalado en el Museo Torres García.
Tiene Alpuy una libre relación con la realidad; es lo que expresa en estos trabajos que se
distinguen de otros en los que sus ideas, su mundo interior, han sido plasmados
con mayor trabajo artesanal. Esta complicación de la técnica impone mayor
detenimiento y de tales procesos surgen esculturas, vitrales, cerámicas,
ejemplos que en aquel invierno se pudieron ver en el Subte de la Plaza Fabini.
Los vitrales remiten al origen de la historia de mujeres y hombres, recuerdan
raíces que se entierran en campos y ciudades, formando identidades. El dibujo y
el color redescubren el carácter. Construcciones regidas por la medida áurea
simplifican y aclaran conceptos que, la multiplicidad de opciones o de
incitaciones del medio, puede haber convertido en confusas señales de la vida
diaria. Porque a partir de 1961, cuando recibió una beca de la New School of
Social Research, Alpuy se instaló en forma permanente en la ciudad de Nueva
York. Fue conquistado por su ritmo, sus colores, su gente, los envases, las
infinitas posibilidades que ofrecen las salas de espectáculos, las galerías de
arte, los museos. Encargó a Walter Deliotti su taller de la calle Asunción en
Montevideo, a media cuadra de la Avenida Agraciada y una vez más emprendió la
aventura de vivir en otra tierra, tal como había sido antes en Bogotá
(1957-1958); en Caracas (1959), siguiendo el itinerario marcado por viajes con
su obra, becas, períodos de estudio e investigación.
Sin embargo, cartas, llamadas por teléfono y visitas,
siempre han mantenido el contacto directo de Julio U. Alpuy con su familia,
amigos y alumnos de Montevideo. Y cada vez que viene los recibe para mirar y
dar opinión sobre sus trabajos, fiel a la designación del Maestro Torres García
con quien se encontró en 1942 y quien le confió la enseñanza de los nuevos
alumnos del Taller.
Vale la pena recordar la visita de mayo de 1979 y la
conversación mantenida con el artista en una antigua casona de patios y
claraboyas por las calles Magallanes, Durazno e Isla de Flores, en el corazón
del barrio Sur. Contó Alpuy ese día que venía de otros sures, ya que el SOHO
donde vive en Nueva York es el “South of Houston Street”, viejo barrio
industrial de enormes fachadas cubiertas de ventanas, en edificios de hierro
fundido construidos a mediados del siglo XIX, tomando ejemplo de los frentes
romanos, conservados hasta el presente como reliquias, vendidos en cooperativas
a los artistas y más adelante codiciados por el esnobismo de los nuevos
capitales que sustituyen aquellas antiguas primeras industrias, industrias que
los impuestos alejaron a la periferia, industrias que cedieron su lugar a las
más importantes galerías de arte de Madison, a los restaurantes y tiendas más
caros y elegantes. Lo que fue un barrio bohemio evolucionó hacia un barrio de
luja donde el metro cuadrado de alquiler costaba, en 1979 fecha de esta
conversación, 400 dólares. Alpuy continúa viviendo y pintando allí.
Aquel día dijo: “A mí me interesa cambiar y ver cosas
nuevas, eso ayuda. Una ciudad como Nueva York, donde todo lo que pasa por el
mundo pasa por ahí, es apasionanate para una persona inquieta. Claro que no
tiene la serenidad que uno quiere tanto, sobre todo a cierta altura de la vida
y entonces Montevideo se convierte en un paraíso...”
Desde 1972, Alpuy trabajó en Nueva York en escultura de
caballete, lo que le permitió tallar figuras dándoles movimiento, sin que
perdieran contacto con la realidad. “Cuando hacía maderas –comentó a propósito
de un catálogo que mostraba estas obras- me sentía feliz logrando el resultado
que buscaba, pero básicamente yo soy pintor. Necesito superficie para poner una
cantidad de ambientes y de climas que en la madera no se pueden dar”.
Alpuy siempre ha mantenido la composición, el orden, el
equilibrio casi perfecto de estructuras aprendido en el Taller Torres García y
hondo ha quedado en su espíritu el recuerdo de aquel tiempo de aprendizaje con
los primeros alumnos: Fonseca, Matto, Gurvich, Augusto, Horacio, Deliotti,
Pailós; a partir de 1969 y en Nueva York, Gurvich y Horacio Torres fueron sus
interlocutores: “Fue para nunca olvidarse, lo poco que fue; no cabe en la
cabeza que ya no estén...”
La soledad interior, en una ciudad abierta y cosmopolita
como Nueva York, no se advierte de entrada. Es ante el silencio (“los artistas
no comentan nada allá”), que Alpuy se vuelca a su propio interior en busca de
una concentración que lo fortalece y le permite descubrir los valores humanos
puros esenciales, rescatándolos del envoltorio de una sociedad de consumo
insensible a ellos por el ineludible ajetreo cotidiano. Y surge así una nueva
pintura, teñida con la luz de los sueños del pintor. Una pintura que con figuras
aparentemente de madera, abstrae lo primordial, lo primitivo, lo despoja de
toda circunstancia, buscando su universalización.
“Estoy seguro de que uno tiene algo interior que debe
manifestar y dar de alguna manera”, dice Alpuy.
¿Qué respuesta tiene su obra en los Estados Unidos?
“En todos lados uno tiene público –dijo el artista-
especialmente en Estados Unidos. La respuesta es buena, son muy receptivos a la
pintura que yo hago, gusta mucho”.
¿Hacia dónde va el arte norteamericano?
“No digo que no haya gente de talento –respondió- pero yo no
estoy interesado en todo ese arte que en general se está haciendo actualmente
(1979). El movimiento para mí no va a ningún lado. No se puede hablar de obras
porque la diversidad es infinita. Más bien es un movimiento contra todo lo que
hubo de noble en el arte. Es un no-arte. Es un arte sin concentración que está
dejado a la casualidad. Es un arte que si algo tiene de intelectual se refiere
más a una idea que al cuadro en sí. Es como si fuera más un acto que un cuadro”.
¿Dónde está el arte actual?
“El arte perdió identidad. Cuando hablan de arte
latinoamericano o de arte uruguayo hoy día ya no tiene sentido, aunque hay
artistas que pueden tener un sentido regional, pero no son los que siguen las
corrientes de este momento. El arte se volvió técnica pura y el arte no es
esto, sino que alberga toda clase de sentimientos que tienen que ver con el
hombre en todas sus circunstancias”.
Una vez más, la visita a la vieja casa-taller de Julio U.
Alpuy devolvió a la cronista que lo visitó al sentimiento de que poesía y
misterio son desde las cavernas el hilo conductor de las obras que perduran.
Elisa Roubaud
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