GRACIELA DANESE EXPONE EN
SALA FIGARI PALACIO SANTOS
Dueña
de sí misma en el uso de las herramientas, Graciela Danese ha creado la
libertad para los sueños, ante una cambiante realidad que es el punto de
partida para la variedad de los temas elegidos.
Del retrato al paisaje, entre la figuración
y la abstracción, Danese compone y construye con solidez una armonía de
proporciones en las que la mancha de color se sostiene gracias a sul dominio
del dibujo, al tiempo que forma y deforma los motivos que fueron punto de
partida para cada una de estas creaciones.
Con una paleta alta Graciela hace honor a los maestros que la llevaron a
guiarse por sus propios colores: Jorge
Damiani, José Arditi, Dardo Ingold, Gustavo Alamón .
La mancha vuela, cobra ritmo, bailan los
tonos cubriendo liviana y libremente la superficie en la que hubo al comienzo
un dibujo tan firme como para permitir todas las licencias de una imaginación
apasionada y de una técnica dirigida por la poesía interior que es el alma de
la pintura. Así, por ejemplo, permite al
contemplador, en su versión de un
incendio en el mar donde los rojos acendrados se elevan apenas tocando el aire,
descubrir el interior de una catedral, donde parece haber un órgano que centra
la escena con una estructura negra apenas delineada y la música, no las llamas
que la artista pintaba, invade el ambiente y crea con el color, una
armonía profunda y apasionada. Un tango
que se baila haciendo de los cortes un humo de entonaciones, cuando el
dramatismo insinuado por las figuras no les reta ni un ápice a la posibilidad
de volar en un sueño y dejar atrás las nostalgias o el dolor de los amores traicionados. Los rojos pueden derretirse
como flores que la distancia deforma, derramando su color sobre supuestos
talles negros, cuando para la artistas fueron figuras humanas, un corso de la
vida que corrió y quedó estampada para otras lecturas. Más allá entonces de
toda figuración, la pintura de Graciela Danese es precisamente eso: pintura. Su
libertad permite la libertad de interpretaciones, cuando sus líneas conducen al
contemplador hacia la dirección sentida
por quien mira.
Los
cambios vertiginosos de un tiempo signado por la tecnología que se supera
permanentemente, inducen tal vez a que el arte no pueda detenerse en una sola
interpretación de los temas que la
realidad plantea; las reglas del juego no cambian para el equilibrio de las
formas en permanente diálogo con el espacio que las contiene. Graciela Danese
no deja nada de lado y al mismo tiempo, en el espacio que trabaja, se somete a
los dictados de la tradición mientras sostiene el vuelo libre de sus sueños. Elisa Roubaud
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