sábado, 13 de julio de 2019

Sáenz y Valdés

MONICA SAENZ Y MARIANA VALDES

Dos pintoras, Mónica Sáenz (Montevideo, 1957), y Mariana Valdés (Montevideo, 1964), intentan a cuatro manos la novedosa tarea de pintar tapices que, a la manera de “trompe l’oeuil”, engañan la mirada prometiendo paisajes a través de ventanas inexistentes. La ilusión óptica funciona de maravillas: el contemplador se asoma a los lugares propuestos y los reconoce en una mirada renovadora que integra la flora y las aves autóctonas en la poesía sobrecogedora que las artistas entregan con impecable oficio.
Mientras Sáenz comenzaba sus estudios de pintura con Jorge Damiani (1973), Valdés se integró a las clases de dibujo de Hilda López (1979); y un interés común por las ciencias de la comunicación hizo que se encontraran en la Universidad Católica, en 1982. Juntas estudiaron con Juan Storm (1985) y separadas fueron premiadas en diferentes concursos nacionales. Fuera del país, si Mónica Sáenz participó de una muestra de arte naif en París (1977), Mariana Valdés estudió pintura con Luis Felipe Noé en Buenos Aires, donde asistió a la escuela superior de Bellas Artes “Ernesto de Cárcova” (1987). El taller de Clever Lara, la Galería Tempo y la de Juan Enrique Gomensoro, son instancias que preceden esta experiencia feliz de los tapices pintados, después de haber trabajado juntas en la pintura de murales y pátinas (1990-2001).
Ambas pintoras intervienen en todas las telas y sin embargo no se advierte la huella personal del dibujo o la pincelada. Trabajan sobre fotografías tomadas en lugares que las artistas privilegian por su belleza natural; estudian su flora y las aves que allí anidan y cantan: como una marca de esta sensible tarea, en el marco de cada ventana ilusoria hay un pajarito que responde perfectamente a las características de un ave de la realidad. Tal señal remite a la flor que en la base de los paisajes o las naturalezas muertas indicaba la mano de Storm, la cifra de un sentimiento, al colocar un elemento natural y decorativo, discretamente integrado en la severidad de sus composiciones.
El más antiguo tapiz del que se tiene conocimiento hasta ahora fue encontrado en las estepas, en Pazyryk y por su similitud con ciertas telas decorativas aqueménidas, su composición perfectamente equilibrada y dividida en compartimientos regulares adornados por rosetas que predicen la época clásica y bien posterior, el diccionario Larousse afirma que se supone su origen iraní. Esta referencia permite aquilatar cuan larga es la historia de las paredes cubiertas por tejidos que cumplen una función decorativa y que cortan con una visión natural el lleno de una superficie que, al sostener lo edificado, impide el contacto con la luz.
Luz, aportan los tapices actuales de Sáenz y Valdés. Con infinitos verdes y azules de campos y ríos uruguayos, se encuadran en los tradicionales marcos de ventanas, o en la piedra rústica, o en paredes que claramente repiten estilos arquitectónicos que remiten a la ciudad. Luz y colores que responden a las exigencias de la arquitectura de hoy. Porque las paredes ya no son transparentes como algunas decenas de años atrás, siguiendo la escuela del norteamericano Frank Lloyd Wright, la arquitectura más reciente parece centrarse en el interior de lo construido, creando vastos espacios que no se abren al exterior sino por ventanas de tamaño regular, tal vez como una forma de proteger la intimidad.
Elisa Roubaud


ILUSIONES OPTICAS EN LA TRENCH

Dos pintoras, Mónica Sáenz (Montevideo, 1957), y Mariana Valdés (Montevideo, 1964), intentan a cuatro manos la novedosa tarea de pintar tapices que, a la manera de “trompe l’oeuil”, engañan la mirada prometiendo paisajes a través de ventanas inexistentes. La ilusión óptica funciona de maravillas: el contemplador se asoma a los lugares propuestos y los reconoce en una mirada renovadora que integra la flora y las aves autóctonas en la poesía sobrecogedora que las artistas entregan con impecable oficio.
Estas obras se exponen en Galería Trench de La Barra de Maldonado.
Mientras Sáenz comenzaba sus estudios de pintura con Jorge Damiani (1973), Valdés se integró a las clases de dibujo de Hilda López (1979); y un interés común por las ciencias de la comunicación hizo que se encontraran en la Universidad Católica, en 1982. Juntas estudiaron con Juan Storm (1985) y separadas fueron premiadas en diferentes concursos nacionales. Fuera del país, si Mónica Sáenz participó de una muestra de arte naif en París (1977), Mariana Valdés estudió pintura con Luis Felipe Noé en Buenos Aires, donde asistió a la escuela superior de Bellas Artes “Ernesto de Cárcova” (1987). El taller de Clever Lara, la Galería Tempo y la de Juan Enrique Gomensoro, son instancias que preceden esta experiencia feliz de los tapices pintados, después de haber trabajado juntas en la pintura de murales y pátinas (1990-2001).
Ambas pintoras intervienen en todas las telas y sin embargo no se advierte la huella personal del dibujo o la pincelada. De la misma manera que en los más antiguos tapices orientales, o lo primeros que en Occidente realizaron artesanos franceses y de los Países Bajos en los monasterios durante la Alta Edad Media, quienes heredaban por generaciones el trabajo y completaban puntos y colores en obras que trascendían el período de sus vidas, indistintamente Mónica y Mariana pueden continuar el gesto y la pincelada que se confunden en la unidad del paisaje elegido. Trabajan sobre fotografías tomadas en lugares que las artistas privilegian por su belleza natural; estudian su flora y las aves que allí anidan y cantan: como una marca de esta sensible tarea, en el marco de cada ventana ilusoria hay un pajarito que responde perfectamente a las características de un ave de la realidad. Tal señal remite a la flor que en la base de los paisajes o las naturalezas muertas indicaba la mano de Storm, la cifra de un sentimiento, al colocar un elemento natural y decorativo, discretamente integrado en la severidad de sus composiciones.
El más antiguo tapiz del que se tiene conocimiento hasta ahora fue encontrado en las estepas, en Pazyryk y por su similitud con ciertas telas decorativas aqueménidas, su composición perfectamente equilibrada y dividida en compartimientos regulares adornados por rosetas que predicen la época clásica y bien posterior, el diccionario Larousse afirma que se supone su origen iraní. Esta referencia permite aquilatar cuan larga es la historia de las paredes cubiertas por tejidos que cumplen una función decorativa y que cortan con una visión natural el lleno de una superficie que, al sostener lo edificado, impide el contacto con la luz.
Luz, aportan los tapices actuales de Sáenz y Valdés. Con infinitos verdes y azules de campos y ríos uruguayos, se encuadran en los tradicionales marcos de ventanas, o en la piedra rústica, o en paredes que claramente repiten estilos arquitectónicos que remiten a la ciudad. Luz y colores que responden a las exigencias de la arquitectura de hoy. Porque las paredes ya no son transparentes como algunas decenas de años atrás, siguiendo la escuela del norteamericano Frank Lloyd Wright; ni se multiplican las terrazas, los ventanales, las decoraciones en la materia misma de los llenos, que distinguieron las obras del arquitecto uruguayo Julio Vilamajó, dejando honda huella en la formación profesional y en los edificios de este país. La arquitectura más reciente parece centrarse en el interior de lo construido, creando vastos espacios que no se abren al exterior sino por ventanas de tamaño regular, tal vez como una forma de proteger la intimidad. E.R.


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