MONICA SAENZ Y MARIANA VALDES
Dos pintoras, Mónica Sáenz (Montevideo, 1957), y Mariana
Valdés (Montevideo, 1964), intentan a cuatro manos la novedosa tarea de pintar
tapices que, a la manera de “trompe l’oeuil”, engañan la mirada prometiendo
paisajes a través de ventanas inexistentes. La ilusión óptica funciona de
maravillas: el contemplador se asoma a los lugares propuestos y los reconoce en
una mirada renovadora que integra la flora y las aves autóctonas en la poesía
sobrecogedora que las artistas entregan con impecable oficio.
Mientras Sáenz comenzaba sus estudios de pintura con Jorge
Damiani (1973), Valdés se integró a las clases de dibujo de Hilda López (1979);
y un interés común por las ciencias de la comunicación hizo que se encontraran
en la Universidad Católica, en 1982. Juntas estudiaron con Juan Storm (1985) y
separadas fueron premiadas en diferentes concursos nacionales. Fuera del país,
si Mónica Sáenz participó de una muestra de arte naif en París (1977), Mariana
Valdés estudió pintura con Luis Felipe Noé en Buenos Aires, donde asistió a la
escuela superior de Bellas Artes “Ernesto de Cárcova” (1987). El taller de
Clever Lara, la Galería Tempo y la de Juan Enrique Gomensoro, son instancias
que preceden esta experiencia feliz de los tapices pintados, después de haber
trabajado juntas en la pintura de murales y pátinas (1990-2001).
Ambas pintoras intervienen en todas las telas y sin embargo
no se advierte la huella personal del dibujo o la pincelada. Trabajan sobre
fotografías tomadas en lugares que las artistas privilegian por su belleza
natural; estudian su flora y las aves que allí anidan y cantan: como una marca
de esta sensible tarea, en el marco de cada ventana ilusoria hay un pajarito
que responde perfectamente a las características de un ave de la realidad. Tal
señal remite a la flor que en la base de los paisajes o las naturalezas muertas
indicaba la mano de Storm, la cifra de un sentimiento, al colocar un elemento
natural y decorativo, discretamente integrado en la severidad de sus composiciones.
El más antiguo tapiz del que se tiene conocimiento hasta
ahora fue encontrado en las estepas, en Pazyryk y por su similitud con ciertas
telas decorativas aqueménidas, su composición perfectamente equilibrada y
dividida en compartimientos regulares adornados por rosetas que predicen la
época clásica y bien posterior, el diccionario Larousse afirma que se supone su
origen iraní. Esta referencia permite aquilatar cuan larga es la historia de
las paredes cubiertas por tejidos que cumplen una función decorativa y que
cortan con una visión natural el lleno de una superficie que, al sostener lo
edificado, impide el contacto con la luz.
Luz, aportan los tapices actuales de Sáenz y Valdés. Con
infinitos verdes y azules de campos y ríos uruguayos, se encuadran en los
tradicionales marcos de ventanas, o en la piedra rústica, o en paredes que
claramente repiten estilos arquitectónicos que remiten a la ciudad. Luz y
colores que responden a las exigencias de la arquitectura de hoy. Porque las
paredes ya no son transparentes como algunas decenas de años atrás, siguiendo
la escuela del norteamericano Frank Lloyd Wright, la arquitectura más
reciente parece centrarse en el interior de lo construido, creando vastos
espacios que no se abren al exterior sino por ventanas de tamaño regular, tal
vez como una forma de proteger la intimidad.
Elisa Roubaud
ILUSIONES OPTICAS EN LA TRENCH
Dos pintoras, Mónica Sáenz (Montevideo, 1957), y Mariana
Valdés (Montevideo, 1964), intentan a cuatro manos la novedosa tarea de pintar
tapices que, a la manera de “trompe l’oeuil”, engañan la mirada prometiendo
paisajes a través de ventanas inexistentes. La ilusión óptica funciona de
maravillas: el contemplador se asoma a los lugares propuestos y los reconoce en
una mirada renovadora que integra la flora y las aves autóctonas en la poesía
sobrecogedora que las artistas entregan con impecable oficio.
Estas obras se exponen en Galería Trench de La Barra de
Maldonado.
Mientras Sáenz comenzaba sus estudios de pintura con Jorge
Damiani (1973), Valdés se integró a las clases de dibujo de Hilda López (1979);
y un interés común por las ciencias de la comunicación hizo que se encontraran
en la Universidad Católica, en 1982. Juntas estudiaron con Juan Storm (1985) y
separadas fueron premiadas en diferentes concursos nacionales. Fuera del país,
si Mónica Sáenz participó de una muestra de arte naif en París (1977), Mariana
Valdés estudió pintura con Luis Felipe Noé en Buenos Aires, donde asistió a la
escuela superior de Bellas Artes “Ernesto de Cárcova” (1987). El taller de
Clever Lara, la Galería Tempo y la de Juan Enrique Gomensoro, son instancias
que preceden esta experiencia feliz de los tapices pintados, después de haber
trabajado juntas en la pintura de murales y pátinas (1990-2001).
Ambas pintoras intervienen en todas las telas y sin embargo
no se advierte la huella personal del dibujo o la pincelada. De la misma manera
que en los más antiguos tapices orientales, o lo primeros que en Occidente
realizaron artesanos franceses y de los Países Bajos en los monasterios durante
la Alta Edad Media, quienes heredaban por generaciones el trabajo y completaban
puntos y colores en obras que trascendían el período de sus vidas,
indistintamente Mónica y Mariana pueden continuar el gesto y la pincelada que
se confunden en la unidad del paisaje elegido. Trabajan sobre fotografías
tomadas en lugares que las artistas privilegian por su belleza natural;
estudian su flora y las aves que allí anidan y cantan: como una marca de esta
sensible tarea, en el marco de cada ventana ilusoria hay un pajarito que
responde perfectamente a las características de un ave de la realidad. Tal
señal remite a la flor que en la base de los paisajes o las naturalezas muertas
indicaba la mano de Storm, la cifra de un sentimiento, al colocar un elemento
natural y decorativo, discretamente integrado en la severidad de sus composiciones.
El más antiguo tapiz del que se tiene conocimiento hasta
ahora fue encontrado en las estepas, en Pazyryk y por su similitud con ciertas
telas decorativas aqueménidas, su composición perfectamente equilibrada y
dividida en compartimientos regulares adornados por rosetas que predicen la
época clásica y bien posterior, el diccionario Larousse afirma que se supone su
origen iraní. Esta referencia permite aquilatar cuan larga es la historia de
las paredes cubiertas por tejidos que cumplen una función decorativa y que
cortan con una visión natural el lleno de una superficie que, al sostener lo
edificado, impide el contacto con la luz.
Luz, aportan los tapices actuales de Sáenz y Valdés. Con
infinitos verdes y azules de campos y ríos uruguayos, se encuadran en los
tradicionales marcos de ventanas, o en la piedra rústica, o en paredes que
claramente repiten estilos arquitectónicos que remiten a la ciudad. Luz y
colores que responden a las exigencias de la arquitectura de hoy. Porque las
paredes ya no son transparentes como algunas decenas de años atrás, siguiendo
la escuela del norteamericano Frank Lloyd Wright; ni se multiplican las
terrazas, los ventanales, las decoraciones en la materia misma de los llenos,
que distinguieron las obras del arquitecto uruguayo Julio Vilamajó, dejando
honda huella en la formación profesional y en los edificios de este país. La
arquitectura más reciente parece centrarse en el interior de lo construido,
creando vastos espacios que no se abren al exterior sino por ventanas de tamaño
regular, tal vez como una forma de proteger la intimidad. E.R.
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