miércoles, 10 de julio de 2019

Cardozo Eduardo









EDUARDO CARDOZO

Nace en Montevideo el 19 de abril del 1965.
Es egresado de La Escuela Nacional de Bellas Artes, donde estudió en el taller de Ernesto Arostegui). Cursó cuatro años en la Facultad de Arquitectura y estudió la técnica del grabado con Luis Camnitzer .
Ha realizado exposiciones individuales en Galería del Notariado, Centro de Exposiciones de la IMM, Alianza Francesa, Museo Juan Manuel Blanes, Alianza Uruguay-Estados Unidos, Espacio Engelman-Ost, Estación Central (AFE),
Subte de Montevideo.
Fue premiado en la Cuarta Muestra de Plásticos Jóvenes (1989); realizó un
viaje de estudio (1989); mereció el Premio Paul Cézanne de la Embajada de Francia (1991); fue admitido en el Salón Nacional de 2004.
Trabajó junto a Tato Peirano en el “Sitio de Montevideo”, un Proyecto Urbano para el Salón Municipal, en 1994. Intervino en la Primera  Bienal del Mercosur y en la Bienal de Cuenca del año 2001.
Obtuvo junto con Matías Bervejillo el Primer Premio en el Festival de Cortos de La Pedrera de 2004.
Si bien el relato de estudios, viajes, exposiciones y premios, aunque resumido a lo fundamental, puede parecer una carta de presentación para un artista, en el caso de Eduardo Cardozo podría obviarse, tan grande es su distancia de la presencia de las obras y de su prolongada acción en la interioridad de quien las mira.
Permitir al contemplador toda la libertad, convirtiendo lo pintado en una promesa de bienestar espiritual y haciendo de la mirada ajena una suerte de tacto que pueda palpar el color hasta convertirlo en materia sensible, en densas y suaves superficies por las que el ojo transita conduciendo a la meditación, es tarea de quien además de oficio y talento tiene el hondo conocimiento de lo sentido.. Pese a sus cortos años, Eduardo Cardozo esgrime en sus obras una decantada madurez. La fineza del color, la sorpresa del recorrido de líneas que ligan formas geométricas en las que todo ángulo es atemperado por la misma sutileza del dibujo que alude a lo aéreo, lo volátil y lo placentero del espacio universal. Las veladuras de color por las que asoman tonos que se afirman marcando el rumbo de los ritmos y originando un dinamismo que prende la mirada, como cuando frente a una calesita los colores vuelven a pasar una y otra vez sin que nada ni nadie pueda desprenderse de tan natural contemplación. Hay una austeridad, una medida, un rigor que también se da atemperado, modificado, como si el artista entrara en el alma ajena para entregar su poesía sin hacerse recibir, sin violentar el silencio, callando y comprendiendo. La obra de Cardozo está madura en manos de un talento joven que la pudo concebir tan naturalmente como la ha pintado: casi sin tocarla.

Elisa Roubaud




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