Miguel
Herrera Zorrilla hereda el talento de su familia y lo multiplica en la
creatividad de sus obras. Recuerdo las primeras que ví en su taller de La
Pedrera, durante los años ochenta. Aquellos paisajes que repetían la naturaleza
que nos rodeaba y lo hacían con un velo de sueño sobre colores maravillosamente
entonados, sugerentes y tanto menos agresivos que la realidad que los
inspiraba. Cuando volví a encontrarme con la obra de Miguel la extensión del
plano en formas esculturales que acentuaban el super realismo de su figuración,
que moldeaban las formas en la madera con la misma docilidad con que la pintura
se concentraba en formas, más que definidas, recortadas sobre el plano, lanzando
los brillos y el humor de una imaginación exacerbada, sorprendían al contemplador con una emoción distinta. Los
caballos, que también hoy pueden verse en TazArt de Luis Ignacio Gomensoro, son
esculturas que maravillan, porque palpitan. Nieto de José Luis Zorrilla de San
Martín, hijo de Teresa Zorrilla Muñoz, Miguel Herrera ha sabido desarrollar con
personalidad propia los dones de una educación en la belleza, el trabajo, el
sabio esfuerzo permanente de su madre, haciendo honor a la grandeza también
permanente de su abuelo. Todo se agradece. Elisa Roubaud
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