miércoles, 10 de julio de 2019

Clarel Neme


LA VIDA

Clarel Neme nació en Rivera, el 9 de julio de 1926.
Fue a la escuela cuando tenía 7 años. Era el menor y tenía un hermano y dos hermanas.
Nunca tuvo empleo. Siempre trabajó en ventas, ganando comisiones y viajando por todo el país.
Un día resolvió no viajar más y se quedó en Montevideo. Vendía terrenos en balnearios y pensó que podría aprender pintura, así que se inscribió en la Escuela de Bellas Artes. Debía pasar un examen que era hacer un dibujo. Fue admitido y estudió pintura con Vicente Martín, durante cinco años en las clases nocturnas, sin faltar un solo día.
 Neme tenía algo más de 20 años, y ya se había casado con Alicia Karlen Guggelmeier,
cuando inventó una mutual de abogados, con un escritorio en la calle Misiones. Su tarea era la de hacer socios, personas y empresas, que por una suma mensual se aseguraban la solución de sus problemas legales. La cuota era de $4 para el unipersonal y $8 para las empresas. Los abogados recibían un sueldo.
Cuando terminó la Escuela de Bellas Artes, Neme se presentó a una beca de 3000 dólares y la ganó. Viajó a Europa donde se quedó un año y dejó el negocio de la mutual al cuidado de Alicia.
Recorrió los museos. En Madrid copió Las Meninas en tamaño mínimo, trabajo que le tomó cien horas. Hasta entonces sólo había pintado del natural siguiendo las lecciones de la Escuela de Bellas Artes. De manera que el contacto con los maestros fue la mayor lección. Holanda, España, Suiza y en aquellos pueblitos Neme se encontró con Krisnamurti, antes de llegar a París donde residió la mayor parte del tiempo, en rue Cujas, Montparnassse, en el Hotel de Madame Salvage. Desde París viajaba a Londres y partió hacia un recorrido por Italia.
Neme pintaba en La Grande Chaumière y en la Academie Julien, pagaba sus clases puntualmente cada día, pero recuerda que los profesores no le corregían o señalaban errores; en los talleres siempre se encontraban los mismos estudiantes y los profesores llegaban con pocas indicaciones para sus alumnos. Neme quería aprender y visitaba el Louvre y el Prado donde tuvo la impresión de ver pintura por la primera vez, maravillado sobre todo ante la obra de Velásquez.
Neme estaba descansado y disfrutaba de la vida en Europa. Le gustaba ir al teatro en Madrid, encontrarse con los uruguayos en los cafés de París.
Volver a Montevideo no le fue fácil; la ciudad le pareció sucia, la gente le resultaba extraña; un año ausente fue mucho tiempo y el centro de la ciudad donde vivía, le daba tristeza.
Fue propuesto por Jorge Damiani como profesor en el Círculo de Bellas Artes. Al principio tenía solamente siete u ocho alumnos, a los dos años Neme dejó la cátedra con ochenta discípulos.
Continuó pintando y exponiendo regularmente, cada dos años.

La vida de Clarel Neme es una linda historia que el artista hoy recuerda en su retiro de la casa de la calle Santa María 1819, en Lezica, al oeste de Montevideo.
Como un personaje más, integrado a los de su pintura, Neme poco sale de su casa y menos piensa en volver a viajar. Un pasaje comprado por mensualidades ha quedado en suspenso. El artista está colmado. Vive entre los grandes árboles, las no menores telas que pinta, el taller donde enseña a quienes elige como alumnos, el sol y las sombras de su jardín. Vive Clarel Neme, evitando los recuerdos que lo entristecen y valorando las amistades que a todas horas lo acompañan. Le gusta Montevideo, si bien piensa que para un pintor Buenos Aires, tan cerca, sería un mejor mercado. Su pintura no aparece en los remates nacionales y se vende en el taller del artista. Elisa Roubaud, enero 2003.


 SOBRE PINTURA Y OTRAS COSAS.-


En aquellas visitas a su casa de Colón, en el mes de mayo de 2002, Clarel Neme dijo durante nuestras charlas tomando café:

“Si uno no tiene una definición propia del arte no se puede manejar, porque uno no sabe dónde está.
Arte es trasmitir, a través de un orden estético, una emoción humana, cualquiera, aunque sea una sonrisa. Por eso no me interesa nada el arte abstracto que no tiene espacio, que no lo veo. Muchas veces se dice que es arte lo que no tiene nada de arte.

El arte tiene que ver nada más que con el corazón. Nada más. Todo lo que se aprende, porque cada oficio de arte tiene su formación, el por qué, el cómo se hace, pero siempre va del corazón hacia otro corazón. Siempre es un sentimiento. Y cuando tiene vida, ahí está la cosa.

Uno ve un retratito de Rembrandt y siente la emoción, es tan sutil y conmovedor. Yo he hecho retratos. En algunos cuadros los personajes son muñecas, en otros son gente. Y estas figuras son símbolos, son viejitos y son las tres gracias, en estas pinturas; o en aquella en que copié las manos de un director de orquesta que salieron retratadas en el diario y ante esa foto estupenda yo quise hacerlas pero no dirigiendo una orquesta, sino que me inspiré para dar otra forma, otra composición, también bajo la batuta.

Hay muchos mundos, porque uno no está igual cada día, ni en cada momento. El asunto es dejar fluir, dejar fluir. Muchas veces las cosas más pensadas son las que no salen.

El ojo tiene que descubrir, para interpretar la luz que hay y cuando se inventa, se inventa. Porque los pintores del Renacimiento de repente llegaban a un teatrito con personajes, con muñecos, para hacer las composiciones y copiaban incluso la luz, inventaban tal vez el dibujo.

Los museos europeos fueron mi mejor escuela. También he aprendido mucho leyendo libros de pintura, cómo pintaban los pintores, la inclinación, el color del fondo para hacer las figuras, porque es muy distinto pintar sobre un fondo blanco donde todo molesta, que hacer un fondo neutro donde se puede modelar la figura sin nada que perturbe. Yo doy una mano de pintura toda, pareja, que va entonando los colores y sobre eso voy pintando.

Lo primero que uno enseña es a educar el ojo. Para el proceso, hay que poner un modelo. Hay quien siempre ha pintado con modelo, Blanes, Velásquez pintaban con modelo, creo que Goya inventaba. El ojo se educa mirando el modelo, con la luz que tenga y si hay que medir, se debe hacer encontrando las relaciones de tamaño, todo eso hay que hacerlo como ejercicio y no tiene nada que ver con el arte. Y los valores, el grado de claridad o de oscuridad que tenga un color, en la luz y en la sombra. Eso, yo me pasé haciéndolo cinco años en la Escuela de Bellas Artes. El último trabajo fue hacer una composición, nadie me explicó lo que era, pero se hicieron cuadros grandes lo que para un muchacho que nunca pintó era difícil. Yo había leído un sistema de trazado, lo hice y empecé a poner allí viejos, hice viejos y monos, una selva, yo no sé lo que era.”

Es poquísimo lo que se puede enseñar en pintura, apenas las técnicas. Lo demás es un don. Cualquier pintor cuando no pinta, no está tranquilo.

Adolfo Pastor, director del Círculo de Bellas Artes, me dijo un día “Neme, ¿usted deja que los cuadros manden?” “Claro!”, le dije. Los cuadros son los que mandan cuando los estás haciendo, quiere decir que te van diciendo qué es lo necesario. Se puede copiar un modelo, pero no es buen camino copiar una fotografía. La creación pide libertad.


Yo soy lector, siempre tengo algo para leer. Onetti es mi escritor preferido, tiene una poesía tremenda, honda, sufrida!

No me gusta recordar... sí, mi vida ha sido plena, siempre he estado acompañado”.
E.R.


 LA PINTURA
En el lugar del horror. (Entrevista al pintor realizada en mayo de 2002).

“Mi madre murió cuando yo tenía 3 años. Cuando tenía 9 o 10 se murió mi padre. Pero yo ya antes era triste...
Yo tenía una tía que quería mucho. Cuando murió mi madre, sin duda mi padre para cuidar a los muchachos trajo a casa una hermana de mi madre, Ema.
Ema se casó y también murió cuando yo era muy joven, adolescente. Yo la quería mucho, las mujeres tenían cuatro y tres años más que yo y mi hermano es del año 20 y yo soy del año 26. Los hermanos somos amigos y unidos, aunque mi hermana mayor está ahora en el Brasil y mi hermano está en Mercedes...”
(Extractado de las entrevistas mantenidas con Clarel Neme en mayo de 2002).

Cuando sugerí que en su pintura la belleza se había instalado en el lugar del horror, supe que la mirada de Clarel Neme era otra. Se sorprendió, su discurso quedó en suspenso. Mis preguntas también.
Fueron tres frías, soleadas, agradables mañanas del mes de mayo de 2002, en las que me fue dado gozar de la casa y la atención de Neme, un privilegio que disfruté agradecida, sobre todo porque era tan evidente que estaba interrumpiendo una rutina, o mejor dicho, un rito de vida.
Entrar en aquel jardín misterioso, dividido netamente en una zona de sombras y otra de radiante luz, por el que nadie paseaba, una sola vez atravesado por una carrera de perros vecinos que se atrevían como yo a invadirlo y que, también conscientes de su error, huían apresurados a enmendarlo en otros pastos, fue una experiencia perturbadora, que dificultó enormemente mi tarea de investigación.
Trasponer el umbral de la puerta de su casa, entrando por el fondo y recorriendo antes el taller de Neme, donde hoy imparte clases a unos pocos elegidos, no me resultó menos inquietante. Me sentía una intrusa y la sincera amabilidad de Clarel no conseguía ubicarme en el papel de la visita amiga que realmente era, simplemente porque yo sabía que debía indagar en el interior de su alma y sentía la natural resistencia del artista a revelar nada que no fuera trivial. Clarel Neme, durante las tres entrevistas que mantuvimos conversando animadamente, sentados tomando café en el interior de la casa o paseando por el jardín, en ningún momento traicionó su voluntario silencio, su secreto, es decir, la clave para entrar con verdad en el mundo de su pintura.
Comprendí que debía correr el riesgo de cometer todos los errores en los que han incurrido los críticos durante una ya larga historia de arte mal interpretado, o que podía rehusarme a escribir sobre Clarel Neme y su obra. Pero esta última opción, de haberla elegido, habría supuesto una suerte de traición a mis encuentros con Neme y también una cobardía frente al nuevo desafío. Y preferí equivocarme, salir embarrada de la experiencia, pero habiendo intentado la ardua tarea de vivir en la piel del artista sin tener su talento, de traducir lo que podrían haber sido sus sentimientos sin tener la certeza de haberlos conocido, de hundirme en el mundo interior de otra alma dejándome arrastrar por el silencio expresivo de un lenguaje tan misterioso como ancestral, intentando develar la última razón, la esencia, el motor, la ansiedad profunda que motivó su creación.

                                                    *****

Y así fue que creí entrar en el horror, deslizándome por las tersas superficies de colores que como voces de sirenas engañosas intentan llevar al contemplador a un ensueño de belleza formal que se presenta bajo sabias, equilibradas proporciones. Angeles con trompetas o gordas livianas de inspiración, salen al paso desde nubes y jardines, cuando no quedan detenidas en su gesto y en su mueca en el interior de un salón, porque la música también puede haberse interrumpido súbitamente, porque todos son seres sorprendidos en una realidad a la que parecen no pertenecer, prestados actores para un juego que no tiene fin, ni plan, ni otra razón de ser que la de someterse a las leyes de una sólida estructura compositiva, apagando o encendiendo sus brillos de acuerdo al dictado de la valoración del color, ubicando sus figuras en el preciso lugar que marcan los ritmos. Porque son seres que son pintura. O más bien, es la pintura la que se vale de esos seres absolutamente inventados para nacer en el plano a una nueva y distinta, original realidad: la de la visión plástica.
Neme afirma no compartir la pintura no figurativa, no comprenderla. Para este artista, si no hay una figuración, no hay materia, no hay realidad que dé lugar al desarrollo de un acto creativo. Sin embargo, resulta curioso no escucharlo nombrar la palabra “abstracción” en el sentido de una trasposición a otra realidad, queriendo el artista hacer una traducción de lo que ve y siente al lenguaje de formas, signos, líneas hechas de puntos, relaciones y silencios que son apenas algunos de los elementos que intervienen en la pintura.
Joaquín Torres García, cuando hablaba en sus conferencias en la Facultad de Humanidades y Ciencias de Montevideo, durante 1947, decía que el artista debía “reintegrarse en la verdadera tradición del saber; la verdadera tradición del Hombre Abstracto. Hay pues que reeducarse”. Y más adelante agregaba el siguiente consejo: “Busque lo profundo, no lo material; lo abstracto en la poesía y en la música; lo universal en la gran literatura y en las construcciones religiosas; el ritmo y la medida y no lo imitativo; lo eterno y no lo anecdótico. Cultura maciza y no erudición. Nada mejor que eso nos conviene”.
Escuchar a Neme, mirando sus obras una por una, entre sorbo y sorbo de café, me llevó a releer aquellas clases de Torres, porque en el discurso tan diferente del artista que estaba conmigo, recordaba la lección del Maestro, descubriendo que se había cumplido en la pintura de quien no se había propuesto seguirlo, sino simplemente caminar su propio destino de pintor. Creyéndose diferente por respetar una figuración, por no poder pintar sin un esquema de construcción en el que las figuras tengan asignado un espacio y una función que las acerque a lo teatral, o tal vez a la realidad material de los seres humanos que representan, Clarel Neme ha llenado sus cuadros no de historias sino de abstracciones y estas universalizan la historia del alma humana, mientras engañan al contemplador con una anécdota que parece instalarse donde nadie podrá nunca encontrarla, porque no existe.
No hay un episodio concreto, que en cada escena inventada por el artista descubra etapas vividas, experiencias que no se olvidan. Y si estas escenas sorprendentes fueran la representación plástica de algún recuerdo de Neme, su relato no surgió en la conversación. Nada de lo que Clarel Neme contó sobre su vida de vendedor ingenioso y creativo en Montevideo y en el interior del país, sus estudios nocturnos en la Escuela de Bellas Artes y el viaje a Europa que ganó becado por su pintura; o las lecciones que recibió de Vicente Martín, su primer profesor durante cinco años; o la estadía en París, en el hotel de Madame Salvage; o la sorpresa de reconocer la pulcritud de Holanda y los recorridos inolvidables por los museos de España e Italia, remiten al contemplador al mundo pintado por el artista.

                                                     *****
¿Cuál es ese mundo? ¿Dónde lo mira el artista? ¿Qué realidad dio lugar a estas tersas visiones de colores agradables para pintar ácidas muecas y gestos desencantados?
Neme ríe. Nunca ha pensado en ubicar tal mundo. ¿En qué piensa cuando pinta? La respuesta es inmediata: “...yo pinto pensando, el que tenga esto, lo va a mirar y se va a sonreír”.
La pequeña sala donde nos sentamos a conversar, con una puerta hacia el jardín del frente y la luz de las ventanas a nuestras espaldas, abría sus paredes a otros jardines y salones pintados por Clarel Neme. Entre la realidad y la ficción que remite a verdades más profundas, bien arraigadas en el corazón del artista, el camino a transitar exige prudencia, paciencia, respeto. La poesía de la pintura de Neme se extiende y se difunde en virtud de voluptuosidades y desparramos, resolviendo en cada cuadro problemas plásticos distintos. Cada pincelada puede descubrirse: “...no hago bocetos –explica cuando ya ha caminado hacia el salón contiguo, donde los bastidores están alineados uno junto al otro, y el artista los descubre, los ofrece sin reparos, confiado en sus obras y en la mirada de quien las visita-, yo hago un dibujo más o menos con carbonilla, por ejemplo acá va lleno de personajes, no sé cuántos, que voy a ir poniendo; este valor no marcha, tampoco este, esos no van... por eso mis cuadros no tienen la terminación perfecta... a veces hay expresión en las caras y en el gesto...”.
¿A veces? Siempre, la hay. Humilde, recatado y reservado Neme, de pocas palabras también para suscitar el elogio de su pintura. Expresión, gesto, caracterizan estas figuras que son remedo de los humanos, que juegan su papel en los grandes espacios bien estructurados, entre planos de color definidos para encuadrar la acción en exteriores o en habitaciones cerradas. Como experto titiritero, Neme mueve los hilos de criaturas que conmueven por una cualidad ilusoria que tal vez se refiera a la burla que sufren los sueños de los hombres. Ansias de felicidad, apariencias de belleza que se sienten en la juventud, son promesas incumplidas para la madurez. Esos colores donde el gesto parece anunciar el punto final de la acción que ejecutan, resultan el retrato del hechizo que se rompe mientras las figuras quedan expectantes ante lo que no reciben.
No importa cuál sea el tema elegido, promesa y espera, acción y estatismo, alternan frente a la mirada ansiosa del contemplador que busca en el teatro de la pintura de Neme como en el de la vida, una solución, una respuesta a las situaciones existenciales. Es la de Neme una pintura existencial, del momento y la circunstancia por la que hace transitar a sus personajes. Tal vez en este modo de ser en tránsito haya que bucear para encontrar la verdad. “No hay más que la realidad inmediata”, parecen responder los personajes de Clarel Neme. Quien sostiene su mirada no queda inmune. El sortilegio continúa para siempre. Se olvidan tal vez los detalles de cada escena, mas los colores quedan indelebles en la memoria y el sentido del baile, la música, los silencios y las frases que se adivinan en la contemplación de aquellos seres, permanece alertando las miradas, para jamás confundir trivialidad con destino final, misión, o trascendencia. Y  por tal sortilegio, conducido hacia la verdad del artista entregada en la belleza del color, puede el contemplador trascender circunstancias y enfrentar el horror, desde siempre instalado en la limitación original.

Elisa Roubaud

Montevideo, enero de 2003.

CLAREL NEME, “Maestros del arte en galerías de la Punta”, El País, 21-2-97; “Engañosa poesía de Clarel Neme”, Arte y Diseño, diciembre de 1998.



















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