MURALES
La
exaltación de la forma de las primeras décadas del siglo XX condujo a la
pintura de murales. Los mexicanos lo hicieron con sentido ético y social. Diego
Rivera, Davida Alfaro Siqueiros, quien visitó el Uruguay en 1933, son
brillantes ejemplos de un arte que pide la extensión del muro, por su color
exaltado, el volumen de las figuras, las estilizaciones que crean personajes.
Joaquín
Torres García llegó al Uruguay en 1934; fundó la revista Círculo y Cuadrado, la
Asociación de constructivismo y su Taller del Sur. En los primeros 40 años del
siglo XX Uruguay quedó en la vanguardia del arte universal. Torres García decía
que Carmelo de Arzadum había tomado todos los reflejos de la luz uruguaya. Antes de este cambio el arte nacional en el
Uruguay era “local y de un momento dado”, ejemplo de lo cual son las obras de
Juan Manuel Blanes donde el Gaucho es el centro de su entorno y del mundo imaginario del pintor. El “arte universal”
que propuso Torres García es aquel que no tiene fronteras ni tiempo; aquel que
el artista entrega al contemplador en un lenguaje entendible para todos, hecho
de colores y figuras que son signos para de-signar: ideas, pensamientos,
sentimientos. Son signos que simbolizan más allá de la forma.
Hoy
más que nunca las ideas se comunican, virtualmente en un espacio que coincide
con el tiempo en que se expresan; son así propiedad de todos. Y lo mismo sucede
con la pintura.
Para
Torres García “pintar no era copiar”, sino “recuperar con su memoria”; esto
hacía con los objetos y los transformaba en signos que querían decir mucho más
que una simple imagen tomada de la realidad. O sea que no se trata en sus
representaciones de “esta oveja, o pescado, o corazón”, sino de lana, mar,
comida, tiempo, vida, espacio, aire, amor, familia, razón y Dios. En ese cambio “de lo que se vé” al dibujo
simple que lo “representa”, se descubre el talento creativo: PORQUE SURGE ALGO
NUEVO Y DISTINTO.
La Pintura.- Esos signos deben ordenarse en el plano. Esas
imágenes de la realidad, se achatan, pierden el volumen – son planas dentro de
una composición. Porque sin Armonía, no se puede mirar con placer,
no se trasmite nada. La no-armonía
es como el desorden, el ruido que no permiten comprender. El resultado de una obra de arte es una SORPRESA sobre algo que conocíamos de
otra manera.
Galería de Retratos de Joaquín Torres
García fue
presentada en Amigos del Are, en 1948: el artista había convertido en pinturas
los rasgos físicos y la personalidad de cada celebridad representada. Líneas,
formas, colores, enfatizaron cualidades personales como el lenguaje hablado no
puede hacerlo. Torres García pintó a Velázquez con pinceladas sueltas, como fue
su espíritu: libre, fuerte; envuelto en una luz propia de la escuela italiana
de pintura de la que venía Velázquez.
La
misión del artista es crear un orden pasando: -de lo particular a lo universal;
-de lo sensible a lo idea; -de lo diverso a lo Uno.
Para el Maestro Torres García la pintura era “como
una pura música insonora”. Tenía armonía, podía realizar en la obra pintada una
síntesis de la realidad y representaba las cosas de otra manera, ¿cómo?: “Por
signos – colores – formas ordenadas en una composición”.
Dijo
Torres García: “La pintura existió por sí misma”. ¿Es un pescadito? NO. ¿Lo
copia? NO. Pero está ahí, para mirarlo y hacernos pensar – imaginar – soñar -
¿Con qué?
El
artista se acerca a las cosas y las descubre y las pinta para que otros sigan
descubriendo: porque no impone una imagen determinada, sino un signo, una
forma, que nos ayuda a crear. La obra de arte se completa con el espectador,
cuando éste sabe mirar. Y esto se hace con: -silencio en el alma – dejando que
la obra se descubra – dándole tiempo – no inundándola con los propios
pensamientos.
Joaquín
Torres García había nacido en Montevideo
el 28 de julio de 1874. Muy joven, a los 17 años, volvió con su familia a
España instalándose en Mataró, Caataluña, lugar de nacimiento de su padre.
Estudió dibujo y pintura con el Profesor Vinerdell (1889) y asistió a la
Academia de Bellas Artes de Barcelona (1892) donde fue alumno de Antonio Caba.
Estudiaba y trabajaba con disciplina y también escribía para revistas y
diarios. Era una intelectual, un idealista, un hombre religioso. Casado con Manolita Piña y con sus hijos Olimpia,
Ifigenia, Augusto y Horacio vivió cerca de Barcelona en una casa llamada “Mon
Repos”.
Atraído
por la pintura mural de Puvis de Chavannes y el Novecentismo, pintó murales al
estilo de la Grecia Clásica, uno de ellos para la Diputación de Barcelona. El
arquitecto Gaudí le encargó hacer los vitrales para la Iglesia de la Sagrada
Familia de Palma de Mallorca.
Visitó
Italia, Florencia , Roma; retornó a Barcelona en 1917 y se instaló en New York
en 1920, donde expuso juguetes fabricados y pintados de madera y realizó
escenografías teatrales. Podía hacer cualquier cosa y todas las coas. Fue un filósofo, crítico,
escritor, creador de una doctrina estética: el “Constructivismo”. Su objetivo
era la metafísica para alcanzar la armonía universal, no solamente en el arte
sino en toda la vida humana y en la
experiencia de cada hombre. Torres García trajo al Uruguay un Museo Europeo
(1934) porque sus trabajos y sus enseñanzas representaban la síntesis de la
búsqueda de las vanguardias de aquel tiempo en Europa. Y él pudo enseñarlas
explicando su origen y el proceso de su desarrollo en un arte nuevo. Las
enseñanzas del Taller Torres García, la Escuela del Sur, se basaron en la
reproducción de la cultura mediterránea europea, raíces de la cultura
americana.
Era
un padre cariñoso, tal como siempre lo recordó su hija Olimpia; le gustó mucho
vivir en París (1926). Su “Constructivismo” nació en 1928, la revista “Círculo
y Cuadrado” se publicaba en París en 1930 y sus obras se exhibían en las
mejores galerías de esta ciudad. Volvió Torres García al Uruguay el 11 de abril
de 1934, en el Cabo San Antonio. Mantuvo correspondencia con José Enrique rodó;
conoció al pintor Pedro Figari y fue amigo de Rafael Barradas. En Montevideo
fundó su taller que se llamó primero “Círculo y Cuadrado” y luego “Escuela del Sur”; fundó la
Asociación de Constructivismo. Dio 600 conferencias y realizó más de 20
exposiciones. Mereció el Premio Nacional de Pintura en 1944. Con sus discípulos
hacía murales. Murió el 8 de agosto de 1949.
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