sábado, 13 de julio de 2019

Del Castillo-Núñez


BAJO LA TUTELA DE LOS TRES GAUCHOS ORIENTALES
Por tercera vez el Aeropuerto del Sauce se ofrece como escenario para recibir las pinturas de Héctor del Castillo. Un escenario dentro de otro, a la manera de las cajas chinas, la obra del artista se muestra en una arquitectura de Carlos Ott que es arte: arte que se adecúa de maravillas tanto a su función de aeropuerto expresada en una estructura alada y aparentemente ajena a la fuerza de la gravedad, como al paisaje natural de Punta Ballena, un lomo de sierras que se asienta entre el cielo y el mar, poniendo el acento en la tierra que a todos contiene.
El baile y la fiesta que dominan este encuentro de enero de 2006 se verán reflejados en las esculturas de J.J. Núñez, rústicas, expresivas, rítmicas, austeras para representar con materiales de desecho las formas y figuras de seres que se vuelven entrañables, bajo la mirada del espectador.

Decían Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en el prólogo a su recopilación gauchesca, titulada “Poesía gauchesca”, que: “En junio de 1872, Lussich publicó “Los tres gauchos orientales”; el Martín Fierro apareció en diciembre de ese año”
Agregan: “Tiene la virtud de ser una especie de profecía del Martín Fierro, cuya temática y cuya rebeldía anticipa. Hay repetidas coincidencias verbales que dejan suponer que Hernández al redactar su obra estaba inmediatamente estimulado por los versos de Lussich”.
Y a propósito de José Hernández, Juan Carlos Guarnieri, en prólogo a una edición de “Los tres gauchos orientales” que, cien años después de su aparición, se terminó de imprimir el 29 de junio de 1972 en Talleres Gráficos “33” S.A., Biblioteca de Marcha, Edición Vaconmigo/4,  anota: “Solo, en un modesto cuarto del Hotel Argentino, situado en el cruce de las calles Rivadavia y 25 de Mayo, frente a la Casa de Gobierno y la plaza de Mayo; hubo de recibir los versos de Lussich como a un chasque oriental, cuyo mensaje lo llamaba a la acción, que es la única realidad de los hombres fuertes”.
Versos que el joven Antonio Lussich recogió de su experiencia directa luchando en la Revolución de las Lanzas; versos en los que palpita su deseo de paz y su honda y fundada convicción de que sólo el trabajo puede salvar a la patria. Versos que envió al poeta argentino de edad ya avanzada, a quien había conocido fugazmente en Buenos Aires, pero a quien admiraba y a quien agradecía que desde su periódico “El Río de la Plata” hubiera defendido la lucha de los gauchos orientales. Versos que impresionaron a José Hernández y cuya lectura inspiró la carta de respuesta que envió al joven poeta apenas seis días después de haberlos recibido, el 20 de junio de 1872. Ambas cartas, la de Lussich y la de Hernández, preceden esta edición.
De tal manera, con los versos de “Los tres gauchos orientales” se entrega la obra plástica del pintor Héctor del Castillo y del escultor  J.J. Núñez, en un intento por recordar los ideales de lealtad y de unión que inspiraron la creación de una simple conversación entre los bravos Julián Jiménez, Mauricio Valiente y José Centurión. Con su decir, Antonio Lussich expresaba su propio pensamiento, poniéndolo en boca de sus héroes. Eran para Lussich hombres de carne y hueso, con quienes había compartido el mate, el churrasco, los fogones, en las furias de entreveros y montoneras. Eran la estampa de una guerra que debía poner un punto final al odio para comenzar, con la integración de la República Oriental, el camino hacia una prosperidad en la vida que todos ansiaban.
No es casualidad que las pinturas costumbristas, de colores brillantes, de trazos firmes y contundentes para el retrato, los bailes de campaña, los caballos, los personajes de lo cotidiano insertos en el paisaje ciudadano, pueblerino o de suaves cuchillas del campo uruguayo, se presenten bajo la tutela de Jiménez, Baliente y Centurión. No fue por casualidad que crecieron los árboles del Bosque de Lussich, reuniendo tal variedad de especies como para convertirlo “...en una de las tres realizaciones forestales y botánicas más importantes del mundo”, citando nuevamente a Guarnieri (quien a su vez se basaba en “El Bosque de Lussich”, por Ernesto Villegas Suárez, Edit. A. Barreiro y Ramos S.A., Montevideo, 1929).
Esta exposición, al recordar aquellas hazañas de indios y gauchos que la sociedad burguesa de aquel tiempo veía como bárbaros, vividas por el poeta y escritas en versos que piden la paz y la prosperidad, retoma esa misma bandera de manos de “Los tres gauchos orientales”. La emoción no será esta vez escrita en décimas y redondillas que en claro lenguaje expresaran: “Tuito el país quiere la paz, Centurión, basta de sangre no más”: la comunicación será directa por las formas y el color. La fuerte paleta de Héctor del Castillo golpeará los corazones al mostrar la bonanza y la alegría de la vida simple en la paz de los ranchos, bajo la sombra de sauces u ombúes, en los claros espacios donde el color cubre los planos con audacia de contrastes y los contornos se destacan, definidos por la línea firme y continua de un dibujo bien sostenido por la equilibrada composición. El color como toque o llamada de atención, el color como signo de vida que en su relación bien valorada trasmite la vibración y establece la comunicación directa con el contemplador. Arte espontáneo el de Héctor del Castillo, que se ofrece en la clave de fuertes ritmos, remedando los candombes pintados y sentidos por el autor.
Asimismo, J.J. Núñez entrega lo propio, dominando la madera, las chapas, los alambres, con mayor docilidad que la que pudieron ofrecer las lanzas a los gauchos guerreros del siglo XIX. Estos personajes del siglo XX y del XXI, que son sus descendientes directos, bailan el tango y el pericón, dialogan con los animales del campo, tuercen y retuercen sus formas para conseguir, en la opacidad del material que aparentemente ya no sirve, el renacimiento de la vida en figuras que recuperan características nativas del baile y un estilo de vida particular.
Que esta fiesta que recuerda el ejemplo de Don Antonio Lussich, el valor de los gauchos orientales, a la luz de los colores de Héctor del Castillo y en la figuración y el volumen de las esculturas de Núñez, se convierta en un homenaje más que la tierra de Punta Ballena rinde, hoy en el Aeropuerto del Sauce, al poeta, a la historia y al arte nacional.
Elisa Roubaud


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.