BAJO LA TUTELA DE LOS TRES GAUCHOS ORIENTALES
Por tercera vez el Aeropuerto del Sauce se ofrece como
escenario para recibir las pinturas de Héctor del Castillo. Un escenario dentro
de otro, a la manera de las cajas chinas, la obra del artista se muestra en una
arquitectura de Carlos Ott que es arte: arte que se adecúa de maravillas tanto
a su función de aeropuerto expresada en una estructura alada y aparentemente
ajena a la fuerza de la gravedad, como al paisaje natural de Punta Ballena, un
lomo de sierras que se asienta entre el cielo y el mar, poniendo el acento en
la tierra que a todos contiene.
El baile y la fiesta que dominan este encuentro de enero de
2006 se verán reflejados en las esculturas de J.J. Núñez, rústicas, expresivas,
rítmicas, austeras para representar con materiales de desecho las formas y
figuras de seres que se vuelven entrañables, bajo la mirada del espectador.
Decían Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en el prólogo
a su recopilación gauchesca, titulada “Poesía gauchesca”, que: “En junio de 1872, Lussich publicó “Los tres
gauchos orientales”; el Martín Fierro apareció en diciembre de ese año”
Agregan: “Tiene la
virtud de ser una especie de profecía del Martín Fierro, cuya temática y cuya
rebeldía anticipa. Hay repetidas coincidencias verbales que dejan suponer que
Hernández al redactar su obra estaba inmediatamente estimulado por los versos
de Lussich”.
Y a propósito de José Hernández, Juan Carlos Guarnieri, en
prólogo a una edición de “Los tres gauchos orientales” que, cien años después
de su aparición, se terminó de imprimir el 29 de junio de 1972 en Talleres
Gráficos “33” S.A., Biblioteca de Marcha, Edición Vaconmigo/4, anota:
“Solo, en un modesto cuarto del Hotel Argentino, situado en el cruce de las
calles Rivadavia y 25 de Mayo, frente a la Casa de Gobierno y la plaza de Mayo;
hubo de recibir los versos de Lussich como a un chasque oriental, cuyo mensaje
lo llamaba a la acción, que es la única realidad de los hombres fuertes”.
Versos que el joven Antonio Lussich recogió de su experiencia
directa luchando en la Revolución de las Lanzas; versos en los que palpita su
deseo de paz y su honda y fundada convicción de que sólo el trabajo puede
salvar a la patria. Versos que envió al poeta argentino de edad ya avanzada, a
quien había conocido fugazmente en Buenos Aires, pero a quien admiraba y a
quien agradecía que desde su periódico “El Río de la Plata” hubiera defendido
la lucha de los gauchos orientales. Versos que impresionaron a José Hernández y
cuya lectura inspiró la carta de respuesta que envió al joven poeta apenas seis
días después de haberlos recibido, el 20 de junio de 1872. Ambas cartas, la de
Lussich y la de Hernández, preceden esta edición.
De tal manera, con los versos de “Los tres gauchos
orientales” se entrega la obra plástica del pintor Héctor del Castillo y del
escultor J.J. Núñez, en un intento por
recordar los ideales de lealtad y de unión que inspiraron la creación de una
simple conversación entre los bravos Julián Jiménez, Mauricio Valiente y José
Centurión. Con su decir, Antonio Lussich expresaba su propio pensamiento,
poniéndolo en boca de sus héroes. Eran para Lussich hombres de carne y hueso,
con quienes había compartido el mate, el churrasco, los fogones, en las furias
de entreveros y montoneras. Eran la estampa de una guerra que debía poner un
punto final al odio para comenzar, con la integración de la República Oriental,
el camino hacia una prosperidad en la vida que todos ansiaban.
No es casualidad que las pinturas costumbristas, de colores
brillantes, de trazos firmes y contundentes para el retrato, los bailes de
campaña, los caballos, los personajes de lo cotidiano insertos en el paisaje
ciudadano, pueblerino o de suaves cuchillas del campo uruguayo, se presenten
bajo la tutela de Jiménez, Baliente y Centurión. No fue por casualidad que
crecieron los árboles del Bosque de Lussich, reuniendo tal variedad de especies
como para convertirlo “...en una de las
tres realizaciones forestales y botánicas más importantes del mundo”,
citando nuevamente a Guarnieri (quien a su vez se basaba en “El Bosque de
Lussich”, por Ernesto Villegas Suárez, Edit. A. Barreiro y Ramos S.A.,
Montevideo, 1929).
Esta exposición, al recordar aquellas hazañas de indios y
gauchos que la sociedad burguesa de aquel tiempo veía como bárbaros, vividas
por el poeta y escritas en versos que piden la paz y la prosperidad, retoma esa
misma bandera de manos de “Los tres gauchos orientales”. La emoción no será
esta vez escrita en décimas y redondillas que en claro lenguaje expresaran: “Tuito el país quiere la paz, Centurión,
basta de sangre no más”: la comunicación será directa por las formas y el
color. La fuerte paleta de Héctor del Castillo golpeará los corazones al
mostrar la bonanza y la alegría de la vida simple en la paz de los ranchos,
bajo la sombra de sauces u ombúes, en los claros espacios donde el color cubre
los planos con audacia de contrastes y los contornos se destacan, definidos por
la línea firme y continua de un dibujo bien sostenido por la equilibrada
composición. El color como toque o llamada de atención, el color como signo de
vida que en su relación bien valorada trasmite la vibración y establece la
comunicación directa con el contemplador. Arte espontáneo el de Héctor del
Castillo, que se ofrece en la clave de fuertes ritmos, remedando los candombes
pintados y sentidos por el autor.
Asimismo, J.J. Núñez entrega lo propio, dominando la madera,
las chapas, los alambres, con mayor docilidad que la que pudieron ofrecer las
lanzas a los gauchos guerreros del siglo XIX. Estos personajes del siglo XX y
del XXI, que son sus descendientes directos, bailan el tango y el pericón,
dialogan con los animales del campo, tuercen y retuercen sus formas para
conseguir, en la opacidad del material que aparentemente ya no sirve, el
renacimiento de la vida en figuras que recuperan características nativas del
baile y un estilo de vida particular.
Que esta fiesta que recuerda el ejemplo de Don Antonio
Lussich, el valor de los gauchos orientales, a la luz de los colores de Héctor
del Castillo y en la figuración y el volumen de las esculturas de Núñez, se
convierta en un homenaje más que la tierra de Punta Ballena rinde, hoy en el
Aeropuerto del Sauce, al poeta, a la historia y al arte nacional.
Elisa Roubaud
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