sábado, 13 de julio de 2019

DAMIANI PABLO


PABLO DAMIANI –


Nació en Nueva York, Estados Unidos de América, en 1961. Comenzó con la escultura en el taller de Javier Nieva, en 1979. En 1988, visitó en Buenos Aires los talleres de los escultores Alberto Heredia, J.C. Diestefano y Jorge Michel, iniciándose con éste en el esculpido de la piedra. Viajó a Europa en 1989, recorriendo España, donde trabajó en el estudio del escultor Gonzalo Fonseca y visitando París. Participó en numerosas exposiciones colectivas en Uruguay, entre ellas la Bienal de Jóvenes Plásticos, Montevideo, 1983; el Salón de San José, San José, Uruguay, 1985; el Premio de Escultura organizado por el Automóvil Club del Uruguay, 1985; el  Encuentro Nacional de Escultura en el Museo de Arte Americano de Maldonado, Uruguay, 1989; el concurso “Paul Cézanne”, organizado por la Embajada de Francia en el Museo de Artes Visuales de Montevideo, 1990; la Influencia del Arte Italiano en el Uruguay, exposición en el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo, 1995; exposición en la Embajada de Alemania, junto con la pintora Miriam Blackman de El Salvador, 1996.
Ha realizado exposiciones individuales en diferentes museos y galerías de Uruguay. Viajó a Alemania participando en dos exposiciones en el año 1997. Ha participado en Arte BA Buenos Aires, Argentina, 2003 y 2004; en la Bienal del MERCOSUR, 2003.
Ha recibido numerosos premios y distinciones, entre los que se destacan el Primer Premio de Escultura del Salón del Departamento de San José, Uruguay, en 1985; el Primer Premio en el concurso de escultura organizado por el Instituto Italiano de Cultura de Montevideo, 1985. Fue elegido entre los mejores artistas por la Asociación Internacional de Críticos de Arte, en 1985, 1986, 1987 y 1988; Primer Premio del Salón Nacional en 2001. Invitado por la Cámara Nacional de Comercio fue el encargado de realizar una escultura para su fachada. Es posible entrar en contacto con su obra a través de la página web www.pablodamiani.com

Todo es taller, estudio, sano detenimiento y feliz entretenimiento en el hogar de Pablo Damiani, en Punta Gorda, Montevideo, Uruguay. El artista trabaja normalmente rodeado de sus hijos que practican la escultura con pequeñas maderitas y para quienes los trabajos del padre y los momentos de silencio que les pide, son episodios naturales de su rutina diaria. El jardín, la casa y el taller hacia el fondo de la misma y subiendo una escalera, son en sí una permanente exposición de obras hechas por Pablo Damiani, quien con su habilidad trabajada paciente y permanentemente y con su talento natural, interviene en el arreglo y en la pintura de toda la vivienda: no solamente hace esculturas sino todo tipo de actividad que lo conecte con la naturaleza y le permita expresar su pasión por los animales en el cuidado, en el trato y en el juego, mientras mantiene la profundidad de la idea, porque así juega con todas las ideas, creando con rigurosa y concentrada atención, en el recogimiento austero de su taller. Profesional y disciplinado en su quehacer, hijo del pintor nacional Jorge Damiani y nieto del cantante Víctor Damiani,  al talento se suma la tradición. Y la tradición es costumbre, es hábito; por lo cual y por definición, lo tan difícil se resuelve con soltura y aparente facilidad. Pablo Damiani mira las maderas y vé en ellas la escultura; toca, pule, trabaja con cinceles y herramientas, da forma y van naciendo nuevas ideas que se integran en una pieza que es siempre una renovada sorpresa. El color, los huecos, las formas animales o humanas que reptan o quedan guardadas en el gesto que les dio la vida, ocupando nichos que contienen el pulido o la rugosidad que dialoga con tonos y brillos de los materiales adicionados. Manos que crecieron siguiendo la mirada atenta del padre que se demoraba en el diálogo para mostrar, indicar, parecen orientar hoy hacia una belleza recuperada desde lo más primitivo del ser. Decía el jesuita y filósofo francés Pierre Théillard de Chardin que podía meditar internándose en sí mismo hasta encontrar raíces tan anteriores de generaciones que lo habían precedido y que seguían latentes, vivas y así sentidas en su intimidad. Signos que aparecen, porque alguna vez fueron.
 Elisa  Roubaud








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