Wilson Amaral
Tan definido como inconfundible fue el estilo que Wilson
Amaral supo imprimir a los paisajes de campo y ciudades del interior. Las
iglesias, las calles, los ranchos, algún techo rojo que centra la mirada en el
verde de la campaña, se caracterizan en la pintura de Amaral por una
luminosidad particular. Es esta atmósfera detenida en un tiempo ideal la que
enciende el mundo del pintor y convierte en abstracciones sus apuntes tomados
de la realidad. Bien estructuradas, las composiciones de Wilson Amaral tocan lo
natural en el origen de su creación. La paleta del artista y su concepción
formal en la organización de los elementos que componen el cuadro, convierten
cada paisaje en pintura, lejos del aparente naturalismo de las escenas tomadas
en campos, pueblos y ciudades. En esta línea denuncia claramente su filiación
de alumno de Edgardo Ribeiro, pintor que recibió las lecciones directas de
Joaquín Torres García y que al sentido de universalismo y abstracción en el que
el Maestro centraba su enseñanza, supo agregar su sentimiento de hombre de
campo, pegado a la tierra y a la naturaleza. Ribeiro ha sido magistral en la
pintura de retratos y como su hermano Alceu ha centrado su pintura en el tema
del paisaje, el entorno del campo donde se criaron, su medio original. Tanto
los hermanos Ribeiro como Wilson Amaral, uno de sus cientos de alumnos, tratan
lo natural con un sentido formalista y una luz inventada que son el lenguaje
expresivo que transforma lo natural en abstracción. Se entroncan así en la realidad
torresgarciana que demanda una realidad recordada, trasladada al plano y
convertida en realidad plástica que universaliza el tema tratado.
Amaral era un buen observador de la vida, atento al entorno
y a sus personajes. Largas horas de su tiempo transcurrieron en la Plaza
Artigas de Punta del Este. Mientras los artesanos ofrecían sus obras, cada
noche, Wilson Amaral dibujaba, tranquilamente sentado al comienzo de los
puestos. La Feria año a año crecía en sus ofertas, atrayendo mayor cantidad de
público que, a la salida de los cines o desde temprano la recorría con interés.
Nacido en Rocha en 1919, el Ministerio de Instrucción Pública lo envió a Europa
en misión de estudios en 1950. Esta experiencia le permitió dirigir con
solvencia el Taller de Artes Plásticas de Amigos del Arte en la ciudad de
Minas, de 1954 a 1962. En esa ciudad, Amaral dictaba clases en el Instituto
Normal Magisterial desde 1949 y hasta 1955.
Fue premiado en Salones Nacionales realizados por la
Comisión Nacional de Bellas Artes, recibiendo el Premio Cámara de
Representantes en 1950 y nuevamente en 1954, el Premio José D. Barbieri en
1951. Minas le otorgó el Gran Premio y sus obras están en el Museo Nacional de
Artes Visuales y del interior, en colecciones particulares del Uruguay y del extranjero.
Su hijo Fernando sigue la tradición paterna, continuador de
una escuela para hacer a su vez de la enseñanza uno de los puntos fuertes de su
carrera artística. Instalado en la ciudad de Maldonado, su casa y su taller son
el centro de la vida familiar y de las clases y reuniones de artistas. Buen
artesano, construye los marcos para sus obras y para cumplir otros encargos.
La pintura de Fernando Amaral denota buen oficio y
sensibilidad. Naturalezas muertas y paisajes, el mundo que lo rodea son los temas
que el pintor elige para ir afirmando un carácter que es todavía una promesa.
Invitado a estudiar un mes en París, Fernando Amaral se despidió con una
exposición en la ORT de la ciudad de Maldonado, mostrando en algunas obras el
trazo suelto y expresivo que anuncia el despegue de la pintura de taller hacia
la creación de una poética personal. Elisa Roubaud
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