miércoles, 10 de julio de 2019

Amaral Wilson


Wilson Amaral

Tan definido como inconfundible fue el estilo que Wilson Amaral supo imprimir a los paisajes de campo y ciudades del interior. Las iglesias, las calles, los ranchos, algún techo rojo que centra la mirada en el verde de la campaña, se caracterizan en la pintura de Amaral por una luminosidad particular. Es esta atmósfera detenida en un tiempo ideal la que enciende el mundo del pintor y convierte en abstracciones sus apuntes tomados de la realidad. Bien estructuradas, las composiciones de Wilson Amaral tocan lo natural en el origen de su creación. La paleta del artista y su concepción formal en la organización de los elementos que componen el cuadro, convierten cada paisaje en pintura, lejos del aparente naturalismo de las escenas tomadas en campos, pueblos y ciudades. En esta línea denuncia claramente su filiación de alumno de Edgardo Ribeiro, pintor que recibió las lecciones directas de Joaquín Torres García y que al sentido de universalismo y abstracción en el que el Maestro centraba su enseñanza, supo agregar su sentimiento de hombre de campo, pegado a la tierra y a la naturaleza. Ribeiro ha sido magistral en la pintura de retratos y como su hermano Alceu ha centrado su pintura en el tema del paisaje, el entorno del campo donde se criaron, su medio original. Tanto los hermanos Ribeiro como Wilson Amaral, uno de sus cientos de alumnos, tratan lo natural con un sentido formalista y una luz inventada que son el lenguaje expresivo que transforma lo natural en abstracción. Se entroncan así en la realidad torresgarciana que demanda una realidad recordada, trasladada al plano y convertida en realidad plástica que universaliza el tema tratado.
Amaral era un buen observador de la vida, atento al entorno y a sus personajes. Largas horas de su tiempo transcurrieron en la Plaza Artigas de Punta del Este. Mientras los artesanos ofrecían sus obras, cada noche, Wilson Amaral dibujaba, tranquilamente sentado al comienzo de los puestos. La Feria año a año crecía en sus ofertas, atrayendo mayor cantidad de público que, a la salida de los cines o desde temprano la recorría con interés. Nacido en Rocha en 1919, el Ministerio de Instrucción Pública lo envió a Europa en misión de estudios en 1950. Esta experiencia le permitió dirigir con solvencia el Taller de Artes Plásticas de Amigos del Arte en la ciudad de Minas, de 1954 a 1962. En esa ciudad, Amaral dictaba clases en el Instituto Normal Magisterial desde 1949 y hasta 1955.
Fue premiado en Salones Nacionales realizados por la Comisión Nacional de Bellas Artes, recibiendo el Premio Cámara de Representantes en 1950 y nuevamente en 1954, el Premio José D. Barbieri en 1951. Minas le otorgó el Gran Premio y sus obras están en el Museo Nacional de Artes Visuales y del interior, en colecciones particulares del Uruguay y del extranjero.
Su hijo Fernando sigue la tradición paterna, continuador de una escuela para hacer a su vez de la enseñanza uno de los puntos fuertes de su carrera artística. Instalado en la ciudad de Maldonado, su casa y su taller son el centro de la vida familiar y de las clases y reuniones de artistas. Buen artesano, construye los marcos para sus obras y para cumplir otros encargos.
La pintura de Fernando Amaral denota buen oficio y sensibilidad. Naturalezas muertas y paisajes, el mundo que lo rodea son los temas que el pintor elige para ir afirmando un carácter que es todavía una promesa. Invitado a estudiar un mes en París, Fernando Amaral se despidió con una exposición en la ORT de la ciudad de Maldonado, mostrando en algunas obras el trazo suelto y expresivo que anuncia el despegue de la pintura de taller hacia la creación de una poética personal. Elisa Roubaud


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