Nacido en Maldonado en 1964, Fernando Amaral continúa en
esta ciudad una carrera que comenzó junto a su padre, el pintor Wilson Amaral y
cuyos ecos hacia el resto de la república y más allá de las fronteras no
provienen de ninguna herencia y parecen desprenderse de las raíces locales,
cuando sus obras integran colecciones de Argentina, Alemania, Brasil, España,
Estados Unidos, Francia, Israel, Italia, Japón, Paraguay y Perú.
Sin embargo, Fernando cumple día a día sus tareas que lo
llevan del taller organizado en su propia casa a las clases que imparte en la
Casa de la Cultura en la misma ciudad de Maldonado, donde creció y se formó en
la Escuela de Artes Plásticas y Visuales con Carlos Tonelli (1984), donde
estudió dibujo y pintura con Edgardo Ribeiro cuya mirada sigue atentamente
hasta el día de hoy cada una de sus pinceladas, donde ahora se exponen las
obras de su último período acogidas por el Museo Mazzoni.
Este localismo que se refleja en lo que pinta, universaliza
su obra; porque, pintura que se afinca en una geografía para dar el salto
cualitativo esencial hacia una abstracción que la convierte en sujeto de
contemplación, es pintura que el tiempo habrá de confirmar igual que a un
testigo histórico, cuyos colores han convertido la realidad en sueño permanente,
lección a ser aprehendida por futuras generaciones con el placer del recuerdo
transformado y que eliminará el rechazo, porque será la esencia recuperada de
los mismos lugares válida para muy diferentes circunstancias.
Tiene la pintura de Amaral una luz que surge del color, por
lo cual quien penetra libre de otros pensamientos en los temas de paisajes o
naturalezas muertas propuestos en sus cuadros, recibe la poesía que se derrama
como un tono unificador e iluminador de realidades recordadas antes que
copiadas de otras realidades del mundo circundante. Con impecable oficio el
pintor parece ser fiel al entorno; sin embargo, sus pinceles van mucho más
allá, guiados por una sensibilidad certera, sostenidos por la imaginación del
artista que agrega lo suyo, que derrama subjetividades, que convierte lo real
en soporte para su creatividad.
Elisa Roubaud
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