sábado, 13 de julio de 2019

Los ismos se transforman en el Sur


INTRODUCCION
LOS ISMOS SE TRANSFORMAN EN EL SUR.
Durante las primeras décadas del siglo XX, los pintores uruguayos viajaron al primer mundo, ya fuera en usufructo de becas otorgadas por el gobierno o por sus propios medios, para estudiar en Italia, Francia, España y para visitar los museos. Volvían impregnados de una tradición occidental que sigue vigente, ya que ni siquiera las libertades proclamadas por el postmodernismo han conseguido borrar su senda. Cumplían de esta manera con la natural evolución de un colonialismo cultural que siguió a la época de la conquista y que aportó al país bienes como el refinamiento en el buen gusto, la actualidad en el conocimiento científico, la orientación social para crear las leyes, modas, costumbres, sin entrar a detallar la larga lista de cantantes, actores, bailarines, entre otros representantes de las artes, que recalaban en el Teatro Solís o en el SODRE de Montevideo. Todo se sumaba para que el nivel de información y educación de la población uruguaya fuera alto en toda la escala social.
Conviene recordar que desde fines del siglo XIX los artistas intentaban reconciliar al hombre con la máquina, creando el diseño que distinguiera la marca frente a la masificación que significaba la producción industrial. De tales inquietudes nació en 1919 la Bauhaus en Weimar, Alemania, fundada por una comunidad de artistas y artesanos entre los que figuraban  Klee y Kandinski como profesores, dirigidos por el arquitecto Walter Gropius y orientados por un manifiesto que proclamaba una estética totalizante, flexible y pragmática, basada en el libre trabajo de los talleres, dedicados a crear diseños para la gran industria. Con este mismo espíritu  Pedro Figari se adelantó en el Uruguay a la Bauhaus, investigando sobre los orígenes de la cultura rioplatense y aplicando motivos autóctonos a las artes y artesanías que se enseñaban en la Escuela de Artes y Oficios de la que fue director en 1915, encargado de reformar la enseñanza industrial de acuerdo al plan que había presentado al Directorio de la Escuela en el año 1910.
Pedro Figari  (Montevideo 29 de junio de 1861 – 24 de julio de 1938), curiosamente llega de París a Montevideo en el mismo año que Joaquin Torres García (1934). Ya muy entrado en años, Figari no pinta y  no asiste a sus clases. Defensor de Oficio como abogado; Diputado por Rocha y por Minas, asesor de Batlle y Ordóñez como político; escritor, filósofo, periodista fundador y co-director de El Deber (1893), fue llamado “crítico de arte” por el pintor uruguayo Rafael Barradas (Montevideo 4 de enero 1890 – 12 de febrero de 1929), al titular una caricatura suya en 1911. Barradas vivió  la mayor parte de su vida en España y no por ello dejaría de influir en la pintura uruguaya, con un dibujo despojado, creador del” vibracionismo”  que rompía con la inmovilidad del motivo y un color vibrante aplicado a las formas que su sentir modificaba, en una suerte de caricatura de la realidad.
 Pedro Figari,  artista generoso en sus tareas y en el color para volver a mover los personajes de una historia recordada y animada con el humor de sus pinceles, hubiera hecho excelente escuela, orientado hacia la recuperación del americanismo, si su gestión como Director de la Escuela de Artes y Oficios no hubiera encontrado los escollos políticos que lo llevaron a renunciar y alejarse de la vida pública para solamente pintar, en 1921. Una tarea que había empezado mucho antes, cuando su esposa Margarita de Castro Caravia estudiaba con el pintor italiano Godofredo Sommavilla. En 1886, Pedro Figari recibió su título de abogado, se casó y viajó a Europa, visitando Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Bélgica, Italia, Holanda y Dinamarca. Sin embargo,  el encuentro con los Impresionistas  Bonnard y Vuillard, y con el cuadro “La Diligencia a Tarascón” de Van Gogh, fue en Montevideo, en el Taller de Milo Beretta (Montevideo 28 de diciembre de 1976 – 27 de diciembre de 1935), en la calle Lugano del Prado, punto de reunión de artistas e intelectuales, entre ellos el Dr. Carlos Vaz Ferreira y Antonio Lussich.  Allí se realizaron las reuniones preparatorias de Amigos del Arte, en diciembre de 1930.
El Círculo Fomento de Bellas Artes se fundó en Montevideo en 1905, para “fomentar la difusión de las Artes Plásticas estableciendo cursos de dibujo, pintura, escultura y organizando exposiciones”, tal como se expresó en el momento inicial y bajo la presidencia del Dr. Augusto Turenne.  Intentaban así traer “...a la historia de las artes uruguayas el comienzo de una verdadera guía en la educación del artista y consecuentemente dirigir al público local hacia el arte moderno. He ahí su trascendencia”. (José Pedro Argul, “Pintura y Escultura del Uruguay”, Montevideo 1958, Capítulo XI, página 87).
 Sin embargo, los viajes de estudio ya no fueron tan frecuentes a partir de los años cincuenta y sesenta. La economía nacional se deterioró en forma continuada. Los artistas, sin la posibilidad de ser enviados como becarios y herederos de aquella tradición a través de sus maestros, aún aislados siguieron produciendo. La austera disciplina y la profundidad filosófica que fue privilegio de los alumnos directos del Taller Torres García, fue fecunda semilla de numerosos talleres que hasta la actualidad reúnen grupos de artistas trabajando juntos bajo la supervisión del maestro que eligen. Con su perfil propio, en todos se evidencia la marca de aquel primero y es de rigor nombrar las lecciones de Augusto Torres, José Gurvich, Vicente Martín, Miguel Angel Pareja,  Oscar García Reino, Edgardo y Alceu Ribeiro, Juan Storm, Pepe Montes, Guillermo Fernández, Jorge Damiani, Hugo Longa, Cléver Lara, Nelson Ramos, Sergio Viera, Eduardo Espino, Walter Nadal, Andrés Montani, Sergio Curto, Enrique Badaró Nadal, Virginia Patrone, Mario Giacoya, entre tantos otros.
La lección de Don Joaquín Torres García (Montevideo, 28 de julio de 1874 – 8 de agosto de 1949) está viva en la composición, en la estructura, en la valoración del color de artistas contemporáneos que no asistieron a su Taller, pero que no han sido inmunes a su influencia. Cuando volvió al Uruguay en 1934, Torres García impartió sus clases y conferencias en el Ateneo, en Cercle et Carré, en la Sociedad de Arte Constructivo. Venía impregnado del conocimiento, desde las raíces griegas de la civilización occidental hasta las últimas corrientes del arte abstracto y del arte concreto, vanguardia que entraba en Europa por la puerta de libertad abierta antes por la lección de Cézanne y el cubismo de Picasso. Quiso, en su lealtad, devolver al país de su nacimiento lo aprendido en una carrera incansable de sucesos y fracasos, de Barcelona a Italia por el Mediterráneo, de New York a París. La paz hogareña de su vida en “Mon repos”, en la localidad de Tarrasa, Cataluña, donde desconocido reflexionaba, pintaba, escribía y enseñaba, fueron el fundamento para los viajes de investigación, las luchas de cada día para vivir de la pintura; y fueron el preludio para el deslumbramiento de las grandes ciudades, que en sus obras se reflejó por un mayor dinamismo en la figuración, exaltada por colores más brillantes. Finalmente, Torres García realizó su propia síntesis de tantas corrientes como aparecieron a principios del siglo XX, en el “constructivismo”, que aunaba el despojamiento abstracto de la geometría y las relaciones matemáticas entre los espacios, con los símbolos de una filosofía de valores que desde lo sensible pasaba por lo racional para llegar a lo espiritual. Todo esto se ve hoy en la pintura uruguaya, aún en la más gestual, aún en quienes huyen de paletas bajas y saben armonizar restallantes colores, dentro de una organizada composición. La lección fue aprendida, las libertades individuales fueron marcando una evolución que estaba prevista por el Maestro, a pesar de que muchos de sus seguidores y discípulos no se hubieran podido desprender del modelo de los trabajos del Taller.
José Pedro Argul en su historia crítica “Pintura y Escultura del Uruguay”, Montevideo 1958, advierte a los artistas uruguayos de valores locales que pueden encontrar en el propio entorno y los anima a diferenciarse de los modelos europeos. En la página 165 de esa edición escribe: “Si estas páginas apoyan la confianza del artista hacia el medio y de éste hacia aquel compatriota el autor ha logrado su propósito”.
Tal vez ha llegado la hora de asistir a esa confianza en el medio. Y es que las naciones también deben hacer un proceso de maduración y afirmación que lleva su tiempo.  Porque la dependencia es condición permanente que acompaña las etapas históricas de todos los pueblos del mundo bajo distintas modalidades y éstas difícilmente se perciben con claridad en el tiempo en que se viven. Elisa Roubaud.

Bibliografía:
“Pintura y Escultura del Uruguay. Historia crítica”, de José Pedro Argul, impreso en la Imprenta Nacional, Montevideo, setiembre de 1958. Ilustraciones impresas por Mosca Hnos. S.A.
“Proceso de las Artes Plásticas en el Uruguay” de José Pedro Argul,  Impresión Talleres Gráficos Barreiro y Ramos, Montevideo, abril de 1975.
“Joaquín Torres García” de Raquel Pereda, Edición Fundación Banco de Boston, Montevideo, 1991.
“Pedro Figari” de Raquel Pereda, Edición Fundación Banco de Boston, Montevideo, 1995


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