INTRODUCCION
LOS ISMOS SE
TRANSFORMAN EN EL SUR.
Durante las primeras décadas del siglo XX, los pintores
uruguayos viajaron al primer mundo, ya fuera en usufructo de becas otorgadas
por el gobierno o por sus propios medios, para estudiar en Italia, Francia,
España y para visitar los museos. Volvían impregnados de una tradición
occidental que sigue vigente, ya que ni siquiera las libertades proclamadas por
el postmodernismo han conseguido borrar su senda. Cumplían de esta manera con
la natural evolución de un colonialismo cultural que siguió a la época de la
conquista y que aportó al país bienes como el refinamiento en el buen gusto, la
actualidad en el conocimiento científico, la orientación social para crear las
leyes, modas, costumbres, sin entrar a detallar la larga lista de cantantes,
actores, bailarines, entre otros representantes de las artes, que recalaban en
el Teatro Solís o en el SODRE de Montevideo. Todo se sumaba para que el nivel
de información y educación de la población uruguaya fuera alto en toda la
escala social.
Conviene recordar que desde fines del siglo XIX los artistas
intentaban reconciliar al hombre con la máquina, creando el diseño que
distinguiera la marca frente a la masificación que significaba la producción
industrial. De tales inquietudes nació en 1919 la Bauhaus en Weimar, Alemania,
fundada por una comunidad de artistas y artesanos entre los que figuraban Klee y Kandinski como profesores, dirigidos
por el arquitecto Walter Gropius y orientados por un manifiesto que proclamaba
una estética totalizante, flexible y pragmática, basada en el libre trabajo de
los talleres, dedicados a crear diseños para la gran industria. Con este mismo
espíritu Pedro Figari se adelantó en el
Uruguay a la Bauhaus, investigando sobre los orígenes de la cultura rioplatense
y aplicando motivos autóctonos a las artes y artesanías que se enseñaban en la
Escuela de Artes y Oficios de la que fue director en 1915, encargado de
reformar la enseñanza industrial de acuerdo al plan que había presentado al
Directorio de la Escuela en el año 1910.
Pedro Figari
(Montevideo 29 de junio de 1861 – 24 de julio de 1938), curiosamente
llega de París a Montevideo en el mismo año que Joaquin Torres García (1934).
Ya muy entrado en años, Figari no pinta y
no asiste a sus clases. Defensor de Oficio como abogado; Diputado por
Rocha y por Minas, asesor de Batlle y Ordóñez como político; escritor,
filósofo, periodista fundador y co-director de El Deber (1893), fue llamado
“crítico de arte” por el pintor uruguayo Rafael Barradas (Montevideo 4 de enero
1890 – 12 de febrero de 1929), al titular una caricatura suya en 1911. Barradas
vivió la mayor parte de su vida en
España y no por ello dejaría de influir en la pintura uruguaya, con un dibujo
despojado, creador del” vibracionismo” que
rompía con la inmovilidad del motivo y un color vibrante aplicado a las formas
que su sentir modificaba, en una suerte de caricatura de la realidad.
Pedro Figari, artista generoso en sus tareas y en el color
para volver a mover los personajes de una historia recordada y animada con el
humor de sus pinceles, hubiera hecho excelente escuela, orientado hacia la
recuperación del americanismo, si su gestión como Director de la Escuela de
Artes y Oficios no hubiera encontrado los escollos políticos que lo llevaron a
renunciar y alejarse de la vida pública para solamente pintar, en 1921. Una
tarea que había empezado mucho antes, cuando su esposa Margarita de Castro
Caravia estudiaba con el pintor italiano Godofredo Sommavilla. En 1886, Pedro
Figari recibió su título de abogado, se casó y viajó a Europa, visitando
Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Bélgica, Italia, Holanda y Dinamarca.
Sin embargo, el encuentro con los
Impresionistas Bonnard y Vuillard, y con
el cuadro “La Diligencia a Tarascón” de Van Gogh, fue en Montevideo, en el
Taller de Milo Beretta (Montevideo 28 de diciembre de 1976 – 27 de diciembre de
1935), en la calle Lugano del Prado, punto de reunión de artistas e
intelectuales, entre ellos el Dr. Carlos Vaz Ferreira y Antonio Lussich. Allí se realizaron las reuniones
preparatorias de Amigos del Arte, en diciembre de 1930.
El Círculo Fomento de Bellas Artes se fundó en Montevideo en
1905, para “fomentar la difusión de las Artes Plásticas estableciendo cursos de
dibujo, pintura, escultura y organizando exposiciones”, tal como se expresó en
el momento inicial y bajo la presidencia del Dr. Augusto Turenne. Intentaban así traer “...a la historia de las
artes uruguayas el comienzo de una verdadera guía en la educación del artista y
consecuentemente dirigir al público local hacia el arte moderno. He ahí su
trascendencia”. (José Pedro Argul, “Pintura y Escultura del Uruguay”,
Montevideo 1958, Capítulo XI, página 87).
Sin embargo, los
viajes de estudio ya no fueron tan frecuentes a partir de los años cincuenta y
sesenta. La economía nacional se deterioró en forma continuada. Los artistas,
sin la posibilidad de ser enviados como becarios y herederos de aquella
tradición a través de sus maestros, aún aislados siguieron produciendo. La
austera disciplina y la profundidad filosófica que fue privilegio de los
alumnos directos del Taller Torres García, fue fecunda semilla de numerosos
talleres que hasta la actualidad reúnen grupos de artistas trabajando juntos
bajo la supervisión del maestro que eligen. Con su perfil propio, en todos se
evidencia la marca de aquel primero y es de rigor nombrar las lecciones de
Augusto Torres, José Gurvich, Vicente Martín, Miguel Angel Pareja, Oscar García Reino, Edgardo y Alceu Ribeiro,
Juan Storm, Pepe Montes, Guillermo Fernández, Jorge Damiani, Hugo Longa, Cléver
Lara, Nelson Ramos, Sergio Viera, Eduardo Espino, Walter Nadal, Andrés Montani,
Sergio Curto, Enrique Badaró Nadal, Virginia Patrone, Mario Giacoya, entre
tantos otros.
La lección de Don Joaquín Torres García (Montevideo, 28 de
julio de 1874 – 8 de agosto de 1949) está viva en la composición, en la
estructura, en la valoración del color de artistas contemporáneos que no
asistieron a su Taller, pero que no han sido inmunes a su influencia. Cuando
volvió al Uruguay en 1934, Torres García impartió sus clases y conferencias en
el Ateneo, en Cercle et Carré, en la Sociedad de Arte Constructivo. Venía
impregnado del conocimiento, desde las raíces griegas de la civilización
occidental hasta las últimas corrientes del arte abstracto y del arte concreto,
vanguardia que entraba en Europa por la puerta de libertad abierta antes por la
lección de Cézanne y el cubismo de Picasso. Quiso, en su lealtad, devolver al
país de su nacimiento lo aprendido en una carrera incansable de sucesos y
fracasos, de Barcelona a Italia por el Mediterráneo, de New York a París. La
paz hogareña de su vida en “Mon repos”, en la localidad de Tarrasa, Cataluña,
donde desconocido reflexionaba, pintaba, escribía y enseñaba, fueron el
fundamento para los viajes de investigación, las luchas de cada día para vivir
de la pintura; y fueron el preludio para el deslumbramiento de las grandes
ciudades, que en sus obras se reflejó por un mayor dinamismo en la figuración,
exaltada por colores más brillantes. Finalmente, Torres García realizó su
propia síntesis de tantas corrientes como aparecieron a principios del siglo
XX, en el “constructivismo”, que aunaba el despojamiento abstracto de la
geometría y las relaciones matemáticas entre los espacios, con los símbolos de
una filosofía de valores que desde lo sensible pasaba por lo racional para
llegar a lo espiritual. Todo esto se ve hoy en la pintura uruguaya, aún en la
más gestual, aún en quienes huyen de paletas bajas y saben armonizar
restallantes colores, dentro de una organizada composición. La lección fue
aprendida, las libertades individuales fueron marcando una evolución que estaba
prevista por el Maestro, a pesar de que muchos de sus seguidores y discípulos
no se hubieran podido desprender del modelo de los trabajos del Taller.
José Pedro Argul en su historia crítica “Pintura y Escultura
del Uruguay”, Montevideo 1958, advierte a los artistas uruguayos de valores
locales que pueden encontrar en el propio entorno y los anima a diferenciarse
de los modelos europeos. En la página 165 de esa edición escribe: “Si estas
páginas apoyan la confianza del artista hacia el medio y de éste hacia aquel
compatriota el autor ha logrado su propósito”.
Tal vez ha llegado la hora de asistir a esa confianza en el
medio. Y es que las naciones también deben hacer un proceso de maduración y
afirmación que lleva su tiempo. Porque
la dependencia es condición permanente que acompaña las etapas históricas de
todos los pueblos del mundo bajo distintas modalidades y éstas difícilmente se
perciben con claridad en el tiempo en que se viven. Elisa Roubaud.
Bibliografía:
“Pintura y Escultura del Uruguay. Historia crítica”, de José
Pedro Argul, impreso en la Imprenta Nacional, Montevideo, setiembre de 1958.
Ilustraciones impresas por Mosca Hnos. S.A.
“Proceso de las Artes Plásticas en el Uruguay” de José Pedro
Argul, Impresión Talleres Gráficos
Barreiro y Ramos, Montevideo, abril de 1975.
“Joaquín Torres García” de Raquel Pereda, Edición Fundación
Banco de Boston, Montevideo, 1991.
“Pedro Figari” de Raquel Pereda, Edición Fundación Banco de
Boston, Montevideo, 1995
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