sábado, 13 de julio de 2019

Espínola Gómez Manuel


MANUEL ESPINOLA GOMEZ  (Extracto de varias notas publicadas en El País).
Nació en Solís de Mataojo en 1921. Murió en Montevideo, de una insuficiencia cardíaca, en mayo de 2003.

Cuando en 1980 Pablo Marcks inauguró la Galería Latina, lo hizo con una exposición del Maestro Espínola Gómez en el subsuelo, donde habrían de continuarse las exposiciones de mejor nivel. Fue una retrospectiva y Pablo dijo que para “hacer un homenaje al Maestro, para sacarlo de su obstinado silencio y por el deber moral de luchar por difundir los valores”.
En la pintura se reflejaban las etapas del tiempo del artista. Cada época es una experiencia renovadora para el artista, en cada una mantiene el inconfundible gesto, firme, apasionado, que guía su línea sensible cargada de expresión. Gesto definido y definitivo, excluyente, provocando un dramatismo difícil de igualar, porque parece intrínseco en cada pincelada, para después irradiarse indefinidamente desde la superficie ganada al soporte.
No hay definición posible frente al Maestro Espínola Gómez, como para facilitar su comprensión: es demasiado vital y demasiado libre, como para ser encasillado en una clasificación. Tal vez pueda decirse que fue de un Humanismo tan amplio que en la pasión por la belleza no supo descansar ni desviarse hacia otras formas de la actividad. Su quehacer artístico fue lo primero.

En 1980 pintó para la muestra “Arena” de Punta del Este una enorme araña, rodeada de caracolas sobre la arena cálida y dorada. El marco de esta obra tiene ocho lados.

En 1982, Juan José Mugni y Ximena Oyanedel realizan un video sobre Manuel Espínola Gómez y su obra titulado “Una caligrafía existencial”.

En 1991 se presenta en Galería Latina el libro escrito por Jorge Abbondanza, por iniciativa de Luis Barrios Tassano, quien envió una carta cálida por no poder asistir y quien consiguió fondos del City Bank para esta publicación. “Este libro está dedicado a Luis Barrios Tassano, que desde un comienzo fue el inspirador del proyecto y luego mantuvo sobre el curso del trabajo una fervorosa tutela. Sin su presencia, la iniciativa no habría podido culminar”, escriben artista y autor en la dedicatoria del mismo. Una maravilla de 226 páginas, 60 ilustraciones color y 150 en blanco y negro. Tenía Espínola entonces 70 años. “El tragaluz de la memoria” recoge sus recuerdos y lo que Abbondanza percibe y comenta con su vasta cultura y sensibilidad también de artista pudo interpretar y enaltecer en el libro la carrera de Espínola Gómez: diagramación, montaje, dibujo, pintura, literatura, teatro. La diagramación del libro es otra obra de arte que permite la reflexión y el sueño del lector para hacer su interpretación personal de lo que allí se relata. Estela Medina y Armando Halty leyeron partes del texto. El público pudo hojear y admirar el talento del artista y del escritor.

Cuando en 1998 envía dos obras “Bolívar ¿una interrogante americana?” y “Alas” a la Bienal de Cuenca, Ecuador, las obras se pierden en el camino, empacadas por el artista  pesaban 130 kilos.

Solitario. Contundente. Conversador con el amigo, llano y comunicativo en el diálogo personal. Pero en silencio caminó por la vida entre el gran público .

En julio de 2000 se hizo en el Subte Municipal una retrospectiva de Manolo de 1939 a 1997.  Desde el mismo centro se contemplaban mejor las obras por su monumentalidad. El contemplador podía apreciar el vigor expresivo ya fuera con la espátula gruesa como con finos pinceles; el color pleno y los contrastes del blanco y negro; los matices, las texturas; las excelencias de su dibujo.
La muestra demandaba una mirada abarcadora: retratos, abstracciones, construcciones, rodeaban al contemplador y le permitían atisbar el alma del artista.
Dimensiones desmesuradas, como las de su propio físico, contenidas por la armonía, la geometría, la forma, o  la armonía que guiaba aquel gesto libre y expresivo. Oleos diluidos hasta la transparencia, que aplacaba los brillos de luz y color que podrían haber sido enceguecedores: tenía sentido de la proporción, aún en su aparente desborde emocional.
Ese mismo año 2000, en agosto y a continuación de la exposición del Subte, el Museo de Arte Contemporáneo de El País mostró “Paisajes faciales”, autorretratos de Manuel Espínola Gómez y retratos de María Carmen Portela, Clara Silva, Jesualdo Sosa, Luis Eduardo Pombo, Alberto Zum Felde, Luis Nadales, celebrando los 50 años de su carrera, con lo que tal vez haya sido lo más sobresaliente de su obra.  En el Subte estaba el retrato de su coteráneo Eduardo Fabini.
En el mes de octubre siguiente, veinte años después de aquella exposición inaugural de Galería Latina, Pablo Marcks expuso la tercera parte de la colección “guardada celosamente” por Manolo, que no vendía, pero que Pablo decía que era “obligación moral difundir”.
El mundo profundo del artista, su impulso primero, está en el dibujo, primer contacto del gesto con el soporte. Espínola concentra su energía al apuntar a pequeños sectores del plano. Pasa y repasa las líneas, intensifica el recuerdo de gestos ajenos y va afirmando el suyo propio que se siente como una presencia. Los labios de Clara Silva, muy bien dibujados en el superior e indefinido el inferior, aluden al recuerdo de sus silencios reflexivos en la conversación. Y al recuperarla, no la dejan desaparecer.
Espínola no cierra, no termina, las formas que deforman, como la caricatura, para mejor expresar. Las líneas corren sueltas, firmes, despojadas, cuando no ennegrecen el fondo hasta la exasperación. El color es ocasional para afirmar ciertos rasgos del rostro o de las manos. Un rojo ribeteando el ojo de María Carmen Portela. La oreja de Jesualdo resalta en rojos, naranjas, amarillos y apenas una línea para el rictus de su boca. El color en planos quebrados se extiende sobre la fisonomía de Zum Felde “...más acá del viento, de los hervores todos, y un levantado caracol, de tiempo cierto”. Y color en las ventanas puestas por Espínola para percibir al mundo exterior.

Hombre bien plantado en su tierra y en su tiempo, en su situación cualquiera que fuere, todo Manolo, tan íntegro como en una conversación casual, en la totalidad de su obra y en el recuerdo.
Elisa Roubaud 


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